miércoles, agosto 26, 2009

Convengamos...

Por ser amable y seguro porque no había mejor cosa que hacer, una calurosa noche de verano me detuve a conversar con el encargado de un hotel de Mina Clavero, que intentaba amainar la canícula tomando el fresco sentado en la puerta del hospedaje. Fue una charla de ocasión. Excepto por su frase final. El encargado se levantó, asió la silla por el respaldo y soltó titubeante… “es tarde, yo…fundamentalmente, me voy a dormir”. Una curiosa despedida, por lo de fundamentalmente, quiero decir, que me quedó grabada de manera indeleble.
Porque ese adverbio de modo ha sido abusado en el lenguaje coloquial –lo es en general todavía- , en un intento por dotar a pobres discursos de alguna respetabilidad.
Las modas idiomáticas suelen arrastrarnos a todos como una corriente indomable y a veces es difícil no resultar contaminados por el uso que hace la gente de giros y vocablos, que se imponen por la repetición.
El idioma tardó años en desprenderse de una expresión que era empleada en los `70 hasta el hartazgo… “a nivel de…”. Por lo común se hablaba de : “a nivel de pareja”. Cierta vez le objeté el uso de la expresión a un amigo y ofuscado me respondió: “y cómo vamos a saber entonces de a qué nivel hablamos”. La tautología abatió por un momento cualquier respuesta de mi parte. Al fin, le recordé como para cerrar la cuestión que la comunicación por siglos no había requerido de nivel de.
Como el “nada” de los discursos actuales, útil para cerrar conceptos vacíos, a nivel de solía erigirse en el comienzo de alguna reflexión intrascendente.
Resulta maravilloso cómo el empleo de una expresión impuesta por la moda logra ajustarse a todo tipo de discurso, cualquiera sea el tema o la condición de quienes exponen. El más actual abuso de ese sorprendente empleo es el… Convengamos. Con un poco de atención se puede verificar que aparece ahora como introducción obligada en el intercambio de opiniones, sean o no contradictorias. En realidad si uno se atiene al significado estricto operaría como el preámbulo para cerrar una discusión. Si todos convenimos, para qué seguir hablando. Pero no se usa en ese sentido. Parece que disfraza a los argumentos de cierta solemnidad inteligente, respetable.
Hay otro abuso común. Las cosas ya no suceden o deben hacerlo de manera adecuada o conveniente, o como se espera, sino en tiempo y forma. Es intrigante de dónde proviene esta expresión dotada de extrema vaguedad, valga decirlo.
La moda en sí misma es poco preocupante para el idioma, porque su condición la agota. En lo personal me sustraigo, pero admito que redunda en algún desaliento.
Alguien menos purista tendría derecho a contradecirme. Al fin y al cabo… Nada. Convengamos que a nivel de idioma, fundamentalmente lo que importa es que las palabras se empleen en tiempo y forma.

jueves, agosto 20, 2009

El pecado de Jennifer López

El periodismo tiene estas cosas irritantes. A menudo la selección de noticias suele ser profesionalmente pobre. Un caso inmediato es la confesión de la actriz y cantante Jennifer López que adquirió una inusitada repercusión en los medios. Como parte de una entrevista más extensa, J.L. admitió sin pudor y sin pena, que tiene fobia a la informática y no sabe operar computadoras. Internet catapultó la novedad en los portales y hasta llegó a la televisión.
El primero y más vulgar comentario es que la noticia que rescataron los medios de esa entrevista es simple y llanamente una gansada, por no abandonar alguna elegancia. Primero digamos lo obvio. Qué hay de llamativo en que a alguien le interese o no la informática y sus habilidades con Internet. Sólo tendría el valor de una noticia –un notición en verdad- si el personaje involucrado fuera Bill Gates, por ir a un extremo.
Lo que emerge, tras la obvio, es que el estupor se originó en que de la confesión se infería que para Jennifer, Internet es un mundo superfluo. ¡Pecado imperdonable!
Y este nuevo aspecto sí es significativo, porque viene a dar indicios sobre de qué manera la irrupción desconcertante de la informática en todos sus niveles, ha trastornado a los individuos en torno a la esencia del conocimiento.
Para ir aclarando, digamos que no es lo mismo ser un mero “consultador” de correos electrónicos, chatear y operar un procesador de texto o programas que bajen música o videos, que estar en condiciones de escudriñar los secretos que esconde la tecnología. La mayoría formamos parte de la primera categoría y nos aprovechamos en nuestros ejercicios frente a la PC de los desarrollos logrados por el segundo grupo. Está bien que sea así. La informática es ya una ciencia suficientemente complicada como para que todos accedamos a sus misterios más íntimos. Desde este ángulo se podría afirmar entonces que la diferencia entre Jennifer – que no sabe de computadoras- y los expertos, es más o menos la misma que la que nos distancia a todos los que nos valemos de la PC para alguna tarea.
Hay por aquí una situación extravagante que nadie atina a abordar, tal vez porque choca con los principios mismos sobre los que se basa el exitismo asociado a Internet.
La generalización en su uso ha dejado a nuestro alcance –pobres y simples operadores-, la posibilidad de obtener información de maneras nunca antes conocidas. Me refiero más a la rapidez que al contenido. ¿Cómo podría ser esto inconveniente en algún sentido? Al fin y al cabo en la era de información esa característica es la que parece adquirir mayor relieve, lo que se ha validado como una suerte de democratización del conocimiento.
Es cierto, hay algo de eso. Pero por qué no reparar en el empleo que se hace de estas nuevas opciones que brinda la tecnología. En lo que se ha denominado la Web 2.0, esto es, la proliferación de las redes sociales y el intercambio que en ella se produce, es más que difícil hallar elementos valiosos. Sino véanse los contenidos que ofrece Facebook o la mayoría absoluta de los blogs (como éste) que cualquiera puede crear con sencillez para colocar ahí lo que se le antoje. O baste recorrer los comentarios de las noticias en las páginas de los diarios en Internet. Están plagados de lugares comunes, ignorancia, agresividad, y una infinita incapacidad reflexiva. Como dirían en el barrio: cualquier pelandrún se atreve a opinar de las maneras más disparatadas y a veces hasta entablar polémicas con reconocidos pensadores.
En tren de abundar, mencionemos que Wikipedia se ha convertido en el lugar obligado de consultas. Es sin duda un recurso interesante, algo así como una guía rápida para acceder a información que a menudo lo salva a uno de un apuro, acaso de una falla de la memoria. Sin embargo, frecuentemente es empleado como el reservorio de la suma del conocimiento por los operadores orgullosos de sus habilidades frente al teclado.
Con frecuencia, algunos textos de Internet mencionan un concepto cualquiera y luego lo convalidan aludiendo a Wikipedia como su origen, como si se tratara de haber recorrido las páginas de la Enciclopedia Británica.
He visto hace poco en una web de Bariloche, el texto de un individuo que para justificar la agresividad y el tono descalificador de sus interminables y desesperantes escritos, no dudó en trepar a las alturas de Einstein, parafraseando una de las afirmaciones del genio de la física. Semejante atrevimiento –que no es inusual- sólo fue posible por la combinación de una exasperante ausencia de reflexividad y el acceso irrestricto a digestos simplificadores de los que abundan en la red. Sin Internet de por medio, el personaje en cuestión nos hubiera hecho el favor de privarnos de su “delicado ingenio”, que por ausencia de musa propia toma prestados conceptos a la carta para intentar sorprendernos con su falsa sapiencia. Esto no es un recurso nuevo, pero ahora se ha generalizado a expensas de Internet.
La cuestión es que hay un abismo entre saber y apropiarse de información al instante.
Por eso, no debemos sumarnos al sobresalto que les produce a algunos la confesión de Jennifer López y dejémonos sí sorprender por sus virtudes artísticas. Esas sí que son difíciles.

Raúl Clauso
20 de agosto de 2009