Los miembros más destacados de esta familia (…), obtuvieron buena parte de sus poderes simulando una astuta apariencia de gobierno popular; cuando deseaban adoptar medidas de dudosa aceptación, pasaban por la vana formalidad de solicitar el consenso del Parlamento; si se veían apremiados por la falta de fondos, procedían de modo que las apropiaciones parecieran dádivas de los representantes del pueblo. Durante sus respectivos gobiernos, la rama legislativa no pasó de la categoría de mito. Convocaron al Parlamento a intervalos irregulares y limitaron sus sesiones a brevísimos períodos, obstaculizaron las elecciones, llenaron las dos cámaras con favoritos incondicionales y adularon o ultrajaron a sus miembros según lo dictara la propia conveniencia. (*).
Cuando dentro de muchos años se escriba la historia de los K., bien podría ser este un resumen apretado de lo que fueron estos años. La curiosidad en este párrafo, sin embargo, es que la historia no aplica estos conceptos a los pingüinos, sino nada menos que a la dinastía de los reyes Tudor en Inglaterra, en los albores del Renacimiento. Con más precisión: Enrique VIII (1509-1547) e Isabel (1558-1603). Con estos dos reyes surgió lo que en la historia se conoce como el absolutismo.
(*) El despotismo en Inglaterra -Pág.499- ; Civilizaciones de Occidente – Edward McNall Burns.