martes, diciembre 27, 2005

“Lástima que seas liberal”



Hace unos pocos días, una abogada y periodista de aparente sólida formación intelectual – a la sazón profesora de la Escuela de Periodismo de Bariloche que en estos tiempos dirijo-, me dijo en una reunión con otras personas, con un tono entre halagador y crítico...”lástima que seas liberal”. Vale decir que se trata de una activa militante por los derechos humanos en la regla de los ´70 y defensora acérrima de los derechos mapuches, que no pocos ponen ya en tela de juicio.
Como sea, sus posturas son claramente identificables en el “progresismo” de moda y por ese flanco (débil por cierto) recibió mi respuesta a su comentario.
Este hecho si se quiere nimio, pone sin embargo de manifiesto, el prejuicio que anida en gente bien educada y bienintencionada –como es este caso en particular-, sobre el carácter del liberalismo. La historia argentina tiene exceso de ejemplos que muestran las deformaciones a que ha sido sometida la concepción liberal y seguramente desde ese lugar provienen las prevenciones y denuestos vulgares.
En este orden de ideas, acabo de finalizar la lectura del último libro de Marcos Aguinis: ¿Qué hacer?, sobre el cual me permito un breve comentario más abajo.
Recomiendo a quienes tienen honestidad intelectual abordar la lectura de esta obra, amena, con cierto tono periodístico, que perfila desde el comienzo el verdadero carácter del pensamiento liberal.



¿Qué hacer?
Bases para el renacimiento argentino

Marcos Aguinis.
Planeta-2005
1ª edición: abril de 2005



Marcos Aguinis logró, en este ensayo, una síntesis muy interesante para el lector promedio, de los grandes males que han sumergido a la Argentina en la postración y la ausencia de un destino de grandeza. Expresa su visión liberal y dedica suficiente espacio a definirla, tal vez porque la concepción quedó deshilachada en la historia y ha servido para que las vertientes nacionalistas la hayan desvirtuado y desmerecido sus valores.
Desde este punto de vista el ensayo de Aguinis es un pequeño tratado -sumamente útil en estos tiempos- sobre el significado del liberalismo y el rol que jugó en el desarrollo temprano del país. No es casual que la obra arranque con un panegírico de la obra de Juan Bautista Alberdi, a la que dedica varios capítulos, que a decir verdad deberían considerarse subtítulos, ya que el texto continúa de unos a otros probablemente porque el autor pretendió alivianar la densidad conceptual en beneficio del lector. Subyace también un tono de estilo periodístico que recuerda a menudo los textos del diario Clarín y algunas de sus citas provienen, precisamente, de ese medio.
No es esto un demérito en términos de sustancia histórica. Aguinis aborda frecuentemente los temas que refleja la prensa y que con una adecuada interpretación mantienen viva la esencia de los serios problemas estructurales de la Argentina. Las cuestiones que se tratan no le son ajenas a los potenciales lectores.
En este sentido, Aguinis recorre los tópicos que revelan la profunda anomia de la Argentina: el desprecio a la propiedad y cómo lesiona cualquier aspiración a obtener inversiones y de esa forma acceder a una explosión del crecimiento, la inseguridad, la justicia, la educación, la asfixiante presión tributaria, el rol de los sindicatos y el empleo, entre otros. Le da un contexto histórico a las expresiones corrientes.
En especial sobre el desprecio a la propiedad hace un breve pero interesantísimo recorrido histórico de su gestación y recuerda cómo ese desprecio sumió a sociedades
pasadas en conflictos desesperantes que condujeron a más penurias y atraso.
Es cierto, como indica el texto de contratapa, que Aguinis no se remite sólo a una descripción crítica de la “maldición Argentina”, sino que esboza por dónde podrían emerger las soluciones. Pero no parece lo más importante. Lo singular de ¿Qué hacer? es que pretende galvanizar el enfoque liberal frente al progresismo tosco de las meras consignas.
Una de las característica sorprendentes del liberalismo es que más gente de lo que cree abraza sus preceptos sin siquiera saberlo e incluso abominaría de ser definida como tal. Este libro de Aguinis ofrece entre sus méritos la posibilidad de identificarse con honestidad intelectual.

lunes, diciembre 19, 2005

A las piñas con la historia

Hace poco más de un año, edité en Bariloche una revista que pretendía ser quincenal, y llevaba el curioso nombre de To2 nosotros, según había sido el deseo inevitable de la persona que me había contratado para poner el producto en la calle. Lamentablemente la “emprendedora” –se trataba de una mujer -, decidió que los periodistas debían trabajar sólo por amor a su profesión, razón por la que To2 vio la luz en un único número.
Como sea, escribí ahí un artículo sobre el libro de Felipe Pigna “Los mitos de la historia argentina”, que por ese momento apuntaba a convertirse en una suerte de Harry Potter vernáculo, por lo que parecía un fulgurante éxito editorial. No registro ahora a qué número de edición correspondía el ejemplar que me proporcionó a préstamo un amigo librero, pero sé que ahora (terminando 2005) va por la edición diecisiete y subiendo. Hubo además una suerte de versión televisiva, que para mi gusto fue penosa, que coincidió con la noticia del plagio por parte de Pigna del trabajo de una periodista.
Después de mi artículo he leído varios otros, también críticos sobre esta obra, y escuché no pocos comentarios del mismo tono formulados por historiadores serios. El último apareció en el diario Perfil el 11 de diciembre, en el suplemento O[h]!, con la firma de Quintín y bajo el título “La historia no nos absolverá”. Recomiendo al artículo y rescato de él la siguiente frase: “..además de un poco pueril, el libro es árido y pomposo...”. Y debo subrayar que en muchos pasajes coincide con algunos señalamientos de mi propio texto, que aquí presento y acerca del cual ahora estoy a punto de renegar del último párrafo.




LOS MITOS DE LAS HISTORIA ARGENTINA
Felipe Pigna
Grupo editorial Norma

En una entrevista del diario La Mañana de Neuquén, a propósito de esta obra, Felipe Pigna exhibió hace un tiempo con cierto exceso de vehemencia, una singular intolerancia con aquellos pensadores que no participan de su visión sobre el papel de la historia, definiéndolos como imbéciles, comenzando con Francis Fukuyama. En la introducción de Los Mitos (donde sus opiniones pueden ser siempre halladas), Pigna en cambio exhibe sus hipótesis más calmadamente: La historia debe servir... “para construir un pasado como justificación del presente” . La propuesta consiste en contextualizar los hechos históricos para dotarlos de significación y abordar los personajes de la historia con nivel sencillamente humano, es decir con intereses, fortalezas y debilidades.
Es inevitable observar que Pigna parece querer erigirse como el primer estudioso en llevar a cabo esta aproximación. Al menos no menciona que este camino ha sido recorrido incansablemente por otros autores-historiadores contemporáneos.
A lo que en realidad aspira Pigna es a sentar una posición ideológica acerca de la historia argentina y latinoamericana. No pretende contextualizar desde la objetividad (arduo emprendimiento), sino desde la ideología, que si hubiera que definirla podría ser encuadrada dentro del progresismo rampante de estos días, que lo lleva al extremo de caracterizar a Cristóbal Colón como “neoliberal” por repetir la palabra oro 75 veces en “su famoso (?) diario” de navegación. O sea, la ecuación Colón = Menem.
El autor retoma, por ejemplo, la trivial práctica de analizar el “despojo” de la colonización española, extrapolando al “despojo” actual de las superpotencias, circunstancia que no expresa tan crudamente pero que aflora en los textos.
La marca ideológica de Los Mitos... brinda un interesante material para las consignas adolescentes o la discusión ligera, pero lejos de permitir interpretar el presente a partir del pasado, conlleva el peligro de anclar al desprevenido en resúmenes históricos por momentos cuestionables.
Los Mitos... es una obra con la esencia ideológica predominante en los `70 (década de la militancia política del autor), acomodada al momento político actual y contenida por un entorno hoy predispuesto a escuchar estas poco novedosas interpretaciones.
Resignificando, de todas formas, la propuesta de Pigna en su introducción, siempre es mejor alguna historia que ninguna.

viernes, diciembre 16, 2005

Y ya me calenté

¿La decisión de Kirchner de cancelar de un viaje las deudas don el Fondo Monetario –inmediatamente después de Brasil- habrá sido convenida en una de las tantísimas cumbres del último tiempo, o simplemente se trata de otro arranque de impulsividad del presidente argentino?.
Si es el primer caso cabe esperar que se haya pensado adecuadamente en el posible impacto de semejante decisión. Si no es así y puede suponerse por los pocos días que transcurrieron entre los dos anuncios, hay problemas. No porque echar mano a los dólares anticipe en sí mismo dificultades, sino porque necesariamente habrá que ajustarse a otras condiciones. Un país no se desprende alegremente de casi 40% de sus reservas, sin que se medite previamente qué pasará el día después.

Demonios
Lo poco que se habló en los anuncios oficiales sobre los aspectos financieros y la oportunidad en que se producen indican que la determinación tuvo un carácter político de la misma calidad que impedir la asunción de Patti como diputado. Ambos responden al ataque de los demonios entronizados por el presidente para satisfacción de sus seguidores. La decisión encuadra perfectamente en el discurso oficial y para Kirchner es mucho más importante afirmar su espacio político que adquirir el completo dominio en el manejo de la política económica, que dicho sea de paso no se ve tan comprometida ahora por el FMI como en el pasado. De hecho se ha estado haciendo caso omiso de las “exigencias o recomendaciones” del organismo por el acuerdo vigente y el Fondo ha estado satisfecho con los pagos regulares del gobierno argentino, superiores según se calcula a los de cualquier otro momento de la historia económica argentina.
Aquello del manejo de la política económica no parece ser más que la presentación elegante de la cuestión y no vale la pena ni considerarlo.
Al cierre del acto oficial del anuncio, Kirchner repartió (y recibió) besos y abrazos de sus ostensibles seguidores, en medio de la algarabía por haber zafado del “yugo” del FMI, símbolo del peor imperialismo. Tanta euforia recordó a aquella que rodeó hace tan sólo cuatro años a Rodríguez Saa, pero por el motivo inverso: la suspensión del pago de la deuda. Por lo variopinto, no cabe duda que gran parte del público presente en el acto de ayer en la Casa de Gobierno debe haber vitoreado en ambas oportunidades.

Menos preocupación
Cuando un acreedor debe vérselas con un gran deudor y para mejor rebelde, el que tiene el problema es el acreedor. Se podría haber seguido pagando puntualmente y las exigencias se limitarían en la medida en que disminuyera el saldo de deuda. Pero Kirchner decidió resolverle el problema al Fondo. Los socios mayores del FMI ya tienen menos de que preocuparse.
Eso resulta tan obvio, que los incondicionales del presidente se debatían ayer en consignas, intentando compatibilizar las feroces críticas sistemáticas a los acreedores y la prédica tradicional de los últimos dos años, con un pago de tal magnitud.
Para aclarar un poco las cosas es necesario decir que desprenderse de parte de las reservas no implica necesariamente una hecatombe en la economía, porque lo que resta en las arcas aparece como suficiente para atender a las importaciones y además como las exportaciones mantienen por ahora su dinamismo, en perspectiva no surge como extravagante que en 2006 se recupere lo que ahora se transferirá al Fondo.
El principal problema que se le presenta al gobierno es qué pasa con el aumento en el ritmo de actividad económica, como ayer incluso se informó de manera coincidente. Mayor nivel de actividad implica inevitablemente mayor nivel de importaciones y por ese lado se drenarán más dólares. El equipo económico habrá pensado que eso permitirá aportar presión al precio de la divisa, evitando que el Banco Central deba salir en 2006 a sostenerla con una frecuencia casi diaria. Se estará cumpliendo el objetivo del dólar alto. Además se confía en que haberle cancelado la deuda al FMI aportará más seguridad (dudoso) a los inversores extranjeros para que arriben al país. Más dólares para recuperar reservas.

Para observar
Pero más allá de eso hay que tener en cuenta que el equilibrio general de la economía es una cosa seria y poco manejable. Por lo insólito de la decisión es que ayer fueron pocos los economistas que salieron a opinar sobre la medidas y los que lo hicieron rondaron el terreno de las generalidades. Aunque la relación no es directa, habrá que medir desde ahora el impacto de la medida adoptada en cada variable. Es posible que en el gobierno se hayan soslayado estas cuestiones para tratarlas sobre la marcha.
Lavagna, un economista serio, probablemente no se hubiera animado a refrendar una determinación cuyo impacto no es precisamente predecible.
Habrá que ver si Kirchner, entonces, adoptó el camino correcto. Para su visión política el anuncio es un gesto indudable para sus clientes y favorecedores. Pero también hay que apuntar que el presidente se queda sin uno de sus demonios preferidos... y pertenece a una clase ideológica que para subsistir necesita enemigos.

miércoles, diciembre 14, 2005

Lluvias, inseguridad y controles

Cuando las lluvias inusuales por su magnitud generan inundaciones y por esa razón la gente ve afectada sus viviendas y se producen evacuaciones, enfermedades, accidentes, etc., hay varias maneras de enfrentar el problema. Una de las soluciones es que deje de llover. Y aunque pueda resultar risible es sin embargo los que todos esperan, damnificados y socorristas. También algunos funcionarios.
Ante la terrible inundación de Santa Fe hace unos pocos años, un funcionario del gobierno de la provincia dijo muy suelto de cuerpo ante la pregunta de un periodista de un canal de TV: “la situación está controlada... porque dejó de llover”.
Una segunda respuesta es el socorro inmediato a los damnificados. Después está la solución de fondo, llevar a cabo las obras de infraestructura -como se dice- necesarias para que lluvias intensas e inesperadas no provoquen inundaciones.
La primera, vale decirlo, es la opción fortuita, sobre la que se carece de control. La segunda es la solución obligada de corto plazo y la tercera de largo plazo, la que exige mucho tiempo, determinación, recursos y muchísimas cosas más de parte, en general, de los dirigentes.
Llevando estas consideraciones al terreno de la seguridad, y sin la pretensión de banalizarla, se observa que la primera de las soluciones pasaría de ser fortuita a ser mágica, porque no se puede esperar que los delincuentes dejen de serlo por decisión propia. Descartada. Quedan entonces dos soluciones. La de largo plazo, consistente en modificar las condiciones sociales –abreviando- que conducen a la marginalidad y la degradación social que abre paso al delito; y la de corto plazo, que consiste en neutralizarlo y prevenirlo.
Hay que reconocerlo, hasta ahora la solución de largo plazo ha dado pocos resultados. Los dirigentes por conveniencia u omisión, lejos de progresar han alimentado el caldo de cultivo del delito y hasta se valen políticamente de esa marginalidad, convirtiéndola en su clientela favorita de las elecciones, cuando no en su fuerza de choque. Eso sí: hasta que los damnificados por los delitos presionan. Entonces surge la solución de corto plazo, que es la que hoy se está aplicando en la ciudad (Bariloche), con fuertes críticas de numerosas organizaciones y opinantes individuales.
Es de gente bien nacida condenar cualquier vestigio de represión indiscriminada, como muchos denuncian, pero es dable reconocer también que el aumento de los controles sistemáticos demuestra alguna efectividad. Y frente a los que se quejan de los despliegues policiales hay una inmensa mayoría que los aprueba y tolera porque les proporciona la mayor calma de no ser atacados a la vuelta de cualquier esquina.
La impronta de la represión de los 70 sigue viva en muchísima gente que incluso por edad no llegó a padecerla, y su vigencia genera confusión cuando se intenta enjuiciar situaciones como la de estos días. Tienen razón los críticos que argumentan que se deben aplicar soluciones de fondo, dicho en general y muy rápidamente, de contención social. Pero pretender que no debe apelarse a soluciones de corto plazo es sumergirse en una confusa utopía. Aun dirigentes con las mejores intenciones sociales tardarían años en resolver la degradación en que cayó la Argentina. No puede ser una opción, entretanto, dejar a toda una comunidad librada a su suerte frente a la delincuencia.

Esta columna fue publicada en el diario El Ciudadano de Bariloche el 27/11/05, mientras los operativos conjuntos de distintas fuerzas de seguridad se llevaban a cabo, con la crítica de algunas organizaciones. Tras la calma y apenas transcurridas dos semanas, se relajó la vigilancia y retornaron los delitos. Esta vez, las organizaciones de derechos humanos no hicieron comentario alguno.

Donación condicionada

Hace apenas unos días el Senado convirtió en ley el marco regulatorio para la donación de órganos, que incorporó la figura del “donante presunto”. En síntesis se estableció que todos los mayores de 18 años son donantes de órganos a menos que expresen por escrito lo contrario. En caso de fallecimiento, los familiares pueden expresar su negativa a la donación. En una crónica publicada en La Nación se indica: Los defensores del consentimiento presunto aseguran que la nueva ley "no obliga" a donar sino que expone a los argentinos a la necesidad de informarse, reflexionar y decidir. "Hay que incentivar una cultura solidaria proclive a la donación. La tendencia mundial privilegia la donación cadavérica porque evita la mutilación y el riesgo en seres vivos y reduce la posibilidad del comercio de órganos
((También se puede acceder a la información en
http://www.clarin.com/diario/2005/12/01/sociedad/s-03415).))


La discusión que se planteó alrededor del tema proviene casi exclusivamente de si resulta lícito que el ciudadano se vea obligado a expresar taxativamente “que no quiere ser donante de órganos”.
Esta cuestión recuerda a una práctica de las compañías de seguro que fue habitual hace unos años, para ganar clientes. Por correo llegaba la concesión de un seguro de vida a través de una tarjeta de crédito y el “beneficiario” debía expresar su disconformidad con la adhesión. De lo contrario comenzaba a correr el débito mensual. El gancho consistía en que ese débito era lo suficientemente pequeño para no inquietar las finanzas personales, pero sin duda significaba para las aseguradoras sumas considerables. La práctica cesó por las quejas.
La obligatoriedad de la donación contempla dos instancias de negativa: la propia, en vida, o la de los familiares ante el eventual deceso. Desde este ángulo podría decirse que no altera mucho la situación, a excepción de que, como las compañías de seguro, se especule con la molestia que podría significar hacer expresa la negativa.
El propósito expuesto en la norma conduce además al punto de la reflexión. En términos sintéticos se espera que la gente lo haga de la siguiente forma: puedo necesitar un trasplante, me conviene que haya donantes.
Esta presunción está en el camino correcto, pero parece endeble. Puede suponerse que una tal conciencia solidaria está limitada a quienes ya tienen definido ser donantes, con ley o sin ley.

Y aquí es donde me permito introducir una sugerencia. Observando las apelaciones dramáticas de mucha gente en los medios, ante la eventual necesidad de un órgano salvador. Me pregunté si esa gente que solicitaba con desesperación ante la inevitable pérdida de un ser querido, ella misma era donante antes.
Para quienes creen titubeos en la existencia de la solidaridad, sugiero meditar acerca del factor conveniencia. El mismo propósito que enarbola la nueva ley, se lograría más fácilmente si la obligación consistiera en ser receptor, sólo si se es donante. Y que los mayores lo decidieran tanto para sí mismos como para sus hijos.
¿Cuánta falta de sensibilidad? ¿Qué pasaría si alguien no es donante y se ve en la necesidad de requerir un trasplante que le salvaría la vida?
Es una cuestión espinosa de resolver. Pero sí de lo que se trata es de apelar a la conciencia particular, qué diferencia hay con el sistema actual o el nuevo que comenzará a regir en poco tiempo, a excepción de que se explicita la situación.
En definitiva también se podría acusar de falta de sensibilidad al que decide no ser donante sabiendo que él mismo puede necesitar un órgano. Sería injusto que alguien que se niegue a ser donante, eventualmente requiera un trasplante y reciba un órgano.

COMENTARIO PREVIO

Lo que sigue es la “primera carga” de este blog, que en lo sucesivo, e ignoro con qué regularidad, intentará aportar una visión diferente de algunos hechos, básicamente mi opinión personal, o la revelación de algunas facetas de noticias que normalmente no son expuestas en los medios. Los hechos podrán ser de cualquier índole, pero a menudo se van a referir a cuestiones del lugar donde vivo actualmente y desde hace unos años: Bariloche. Las opiniones tienen el propósito de resultar provocadoras (a veces espero que divertidas), porque de lo contrario bastaría con remitirse a los medios y este espacio carecería de sentido. Y en cuanto a las noticias todos los periodistas saben que hay terrenos en los que se ingresa poco y nada. Aquí el único límite será la propia capacidad para correr el velo sobre algunas cuestiones. Dos aclaraciones más. La primera, muy necesaria, que al contrario de lo que he observado en ciertos blogs, aquí pretendo sostener el rigor periodístico. La segunda, menos importante, que algunos materiales que publique podrán haber aparecido ya en algún medio, pero en todo caso van a reflejar mis puntos de vista.
Creí necesario formular estas precisiones. Gracias.