Sin eufemismos, en forma tajante, el escritor Mario Vargas Llosa ha dicho hace unas pocas horas: “ es desagradable y demagogo”, refiriéndose al presidente Kirchner.
Lo segundo lo sabe al menos un 25 a 30% de los argentinos; los que expresan su disgusto con el gobierno cuando los encuestan. Del otro 70-75% -los que están a favor- se supone que una parte también está al tanto, pero le importan otras cosas.
Vale la pena detenerse en el primer adjetivo que utilizó V.Ll., que sin duda resulta sugestivo para definir a un presidente.
Para cualquier mortal, la condición de agradable tiene por lo general singular importancia. Es una virtud que siempre destacan las relaciones permanentes u ocasionales.
Hay quienes por un déficit psicológico o de educación, o porque el poder del momento les permite el desprecio, no resultan individuos agradables. A estos se los acepta por necesidad, u obligación o porque no queda otro remedio.
La pregunta es si pueden extenderse estas ligeras consideraciones al cargo de presidente.
Deberían ser modificadas levemente. Para empezar a V.Ll. o la mayoría que no pertenece al círculo íntimo de Kirchner, le interesa poco cómo se conduce el presidente en su marco social privado. De todas maneras, su pertinaz insistencia en volar frecuentemente a Santa Cruz o descansar en el inevitable Calafate dan idea de que su marco social individual es, por lo menos, restringido. Algún problema hay ahí. K. busca lugares que tal vez son psicológicamente seguros. Vamos, ver una y otra vez el glaciar sólo puede resultar atractivo para un geólogo.
En suma que la condición privada de desagradable puede soslayarse, pero ¿qué pasa cuando se trata de lo público?. ¿Tiene importancia para un gobierno, un país? ¿Impacta de alguna manera en la sociedad?. Y en todo caso, ¿qué implica ser desagradable en ese nivel?.
Se espera de un presidente cierta categoría que lo destaque de sus gobernados. Dicho rápidamente, Kirchner está más para formar parte del elenco de Los Roldán que para codearse con los primeros mandatarios del mundo. Y si se observa con alguna atención se verá que sus colaboradores más cercanos también están para integrar la serie televisiva.
Observado desde un lugar más refinado de la sociedad –lo que no significa necesariamente exclusivista-, Kirchner es un individuo vulgar, sin roce, que emplea un lenguaje equivalente para expresarse y que basa ineluctablemente su argumentación en el demérito de quienes no piensan igual. Sus dobles mensajes en el terreno político y su avasallamiento insistente de la legalidad constitucional revelan el carácter despreciativo del más puro individuo desagradable, que carece de reparos y escrúpulos en su acción porque no le interesa la suerte de los demás y lo que piensen de él. K. siempre se encarga de recordarlo en sus patéticos discursos.
Hay que detenerse un poco y observar cómo estas características son las que el mundo reconoce en los argentinos individuales y que los han hecho blanco de las crueles bromas internacionales. De ahí podría explicarse acaso el relativo éxito del presidente en las encuestas: la identificación.
¿Se trata sólo del exterior o afecta de alguna forma a la sociedad?. Como lo alertan muchos esclarecidos del país la conducta presidencial deviene en la degradación institucional. Dice Marcos Aguinis: las instituciones son mucho más que los edificios, los sellos y los funcionarios, el poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial...son más que todo eso: son el conjunto de normas, reglas, pautas..que regulan las relaciones entre los ciudadanos y el Estado”( ¿Qué hacer?, págs, 49 y 50).
La organización interna del país sufre las consecuencias del estilo “desagradable” de Kirchner, más allá de que algunas no se manifiesten ahora en toda su crudeza. Otras sí, como es el caso del sordo enfrentamiento social que alienta el presidente.
Hay que considerar entonces que la condición que le imputa a Kirchner el escritor no es una ocurrencia del momento ante la pregunta periodística. Sobre todo proviniendo de Vargas Llosa, el calificativo de desagradable adquiere otra dimensión, hay que darle otra trascendencia.
AGREGADO: Tras la publicación de esta nota en el blog, el ministro del Interior, Aníbal Fernández, calificó las declaraciones de Vargas Llosa, como berretas y gratuitas. Fernández es sin duda mucho más desagradable que el presidente Kirchner y esta consideración lo ubica exactamente en ese lugar. Para quienes lean eventualmente esta nota y no estén familiarizados con el "lunfardo" argentino (slang), berreta significa "de baja calidad". Como el ministro no puede desprenderse un momento de su condición, resultó incapaz de recurrir a algún vocablo más elegante, que debería ser propio del puesto que ocupa.
4-1-06