jueves, mayo 11, 2006

Blogs: una miscelánea intrascendente

Algunos modernos profetas pronostican a mediano plazo el desplazamiento de los medios tradicionales por el nuevo mundo de los “blogs”. La conclusión parece muy apresurada. Las páginas individuales se expanden, sí, pero por ahora no son más que una miscelánea de hechos intrascendentes.

Las críticas al periodismo se han convertido en un clásico de nuestro tiempo. La sospecha de que son objeto los periodistas sobre sus compromisos con el poder o determinados intereses, la perfección de la información que exponen, la fortaleza de su compromiso con la verdad en fin, atraviesa toda lo sociedad. Casi podría decirse que sólo se escuchan voces de crítica.
Parte de esa avalancha de cuestionamientos ya tomó la forma de una moda, a cuyos dictados responden los especialistas en materia de comunicación, aturdidos por la velocidad de cambio de las tecnologías y la multiplicación de formas de acceso a la información que se ha producido en los últimos 10 o 12 años.
Hasta la incipiente popularización de Internet a mediados de los pasado ´90, la discusión casi apenas se limitaba al terreno de los diarios vs. la televisión. Ahora se debe lidiar con nuevas expresiones tecnológicas que podrían convertirse en obsoletas antes de que finalice una evaluación concienzuda del impacto sobre la sociedad. Pero esta nueva perspectiva comunicacional se explora con evidencias muy provisorios y con verificaciones en extremo endebles, con lo cual las conclusiones a las que se arriban no pueden tener más que esas características.
Campea la exageración. Sin ir más lejos, la multiplicación diaria por cientos o miles de las páginas de Internet individuales (blogs) donde cada ciudadano puede actuar como emisor de noticias, ya anticipa para algunos el estado terminal de los diarios y si se quiere de los medios como los conocemos hoy. Van más allá y le ponen fecha a la defunción. Hay quienes profetizan que en un lapso de 15 años (2021) la mitad de las noticias serán proporcionadas por esa vía, bautizada como la de los ciudadanos-periodistas. Forzando esta proporción, la mitad de los periodistas estarán dedicados a otras actividades (o la de los blogs, al margen de los medios). En el extremo y si la profecía es acertada, el periodismo está entonces condenado a la extinción a mediano plazo.
Se esgrime un argumento fenomenal. Esas páginas individuales no persiguen objetivos políticos o económicos, sólo expresan la realidad tal y como es, sin las censuras y los compromisos en que están inmersos los medios. Los Nostradamus de la comunicación citan casos concretos de estos pioneros, cuyos seguidores acabarán con toda forma conocida de aproximación a las noticias.
¿Por qué no creerles? Las evidencias están a la vista: en verdad los “blogs” parecen reproducirse a una velocidad propia del espacio exterior. Si todos son portadores de información, está claro que por una mera cuestión de número dominarán el mundo de las noticias.
¿Pero es así realmente?
Cualquiera que aunque más no sea por curiosidad haya explorado las páginas blog, habrá descubierto que por centenares constituyen una miscelánea de elementos intrascendentes. Solamente un ínfimo número parece estar dotado de algún interés abarcativo y aun en esos casos son limitados, porque un ciudadano-periodista actúa por reacción a lo que ve en los medios (a los que va a reemplazar en el futuro), y en general, si el blog exhibe algún atractivo, es porque está construido por un periodista, en actividad y en un medio. El resto, reúne una larga lista de diarios personales, páginas que lindan en los pornográfico, galerías de fotos de viajes turísticos, o de las etapas de crecimiento de “mi bebé”, o las tribulaciones cotidianas de adolescentes que ventilan impúdicamente una intimidad real o ficticia.
Y qué no decir de los intereses de los visitantes. Cualquiera puede hacer su propia estadística apenas tomando nota de las visitas que exhiben los blogs. Si muestran alguna faceta de seriedad son ignorados; todo lo contrario si el autor es una dama y mucho más si luce “hot”.
Pero si nos basamos apenas en esas evidencias para descartar el impacto de los blogs, estaremos cometiendo el mismo pecado que aquellos profetas que pronostican un proceso demoledor.
Hay en efecto una dinámica fascinante en la comunicación que traerá consecuencias, pero es muy pronto para decir cuáles.
Para el caso de los blogs deben formularse reparos. Los augures -que en el fondo también están haciendo una crítica embozada a los medios-, pasan por alto que estas páginas están mucho más expuestas que los medios tradicionales a cualquier tipo de distorsión. No están sometidas a ningún control social, judicial, de contrastación informativa, carecen de rigor, y abarcan un espectro noticioso completamente limitado. Al fin, no se trata hasta ahora más que de visiones particulares, parciales, de algunos aspectos de la realidad, aun cuando en oportunidades resulten notables por alguna revelación.
Los periodistas de los medios, en cambio, deben lidiar en todo momento con una marea de datos inabarcable y de entre ellos seleccionar cada día lo que creen que es significativo para la sociedad. Es una tarea inconcebible, imperfecta, teñida a veces de subjetividad, ocasionalmente tendenciosa y por momentos exagerada, que no contenta a todos por igual. Pero es una perspectiva de la realidad, en conjunto y en promedio, que no puede ser más que considerada honesta.
Por supuesto que el periodismo y los medios enfrentan desafíos. Muchos tienen que ver con corregir esas deficiencias y distorsiones que anotan los críticos de la comunicación. Otros con enfrentar la competencia que deriva de los constantes avances tecnológicos...una cuestión de supervivencia. Sin embargo otras urgencias lo acosan: las presiones y la manipulación por parte del poder para silenciar la verdad, en definitiva la coartación de la libertad de expresión, prácticas que recorren todos los rincones del mundo. Esa es una lucha permanente, maliciosamente oculta por los eternos cuestionadores, en la que el periodismo siempre está solo.

viernes, marzo 31, 2006

Historia mínima en Flores, detrás de un atentado

Debe haber sido en quinto grado, en el año 1956. José Luis me había molestado durante todo la mañana y lo había tolerado pacientemente. Compartíamos el aula desde primero inferior y creo evocar algo indefinible, tal vez como un sentimiento de incredulidad por las cargadas de ese día, cuyo contenido escapan por completo a mi memoria. Supongo que no las esperaba de quien por entonces era mi amigo más estrecho.
Al mediodía, a la salida de clases y ya en la puerta del Quintino Bocayuva en la calle César Díaz, Pepitito –como lo llamaban los padres- insistió en lo que serían de seguro bromas inocentes, pero a mí me habían hartado. Por la calle del colegio, rumbo a la avenida Nazca, Pepito se había adelantado una vereda y seguía jocoso. Lo corrí, y como me llevaba ventaja y no podía alcanzarlo le arrojé mi valija de útiles: lo derribé como a cinco metros de distancia. La explosión de violencia dejó en malas condiciones a mi amigo, que comenzó a recibir una paliza memorable. Me recuerdo sentado sobre su abdomen dándole para que tuviera y guardara, hasta que un inesperado sopapo me dejó de culo en suelo y rescató a Pepitito de la pelea.
El autor del golpe no era otro que el mismo padre de Pepitito, que salió del episodio sin sanción. Era un señor español, bajito y dueño de una tienda importante del barrio: La Perla, de Nazca y Magariños Cervantes -a tan sólo una cuadra del episodio- donde recuerdo que mi propia vieja se proveía para sus costuras. Había ido a buscar al hijo a la salida de la escuela.
Pepitito no conocía mi casa; no había ido nunca, porque no lo dejaban salir del departamento donde vivían, en un primer piso a mitad de cuadra en la avenida Juan B. Justo entre Bolivia y Artigas, del lado de los pares. Las pocas veces que nos encontramos fuera del colegio fue en ese departamento, bajo la supervisión del señor español bajito, de habitual mal talante. Yo tenía que trasladarme tres cuadras hasta la casa de Pepitito, periplo que por entonces no era extraño para un chico de nuestra edad.
Pepitito tenía un hermano menor molesto –siempre los hay- al que yo le atribuía cara de bobo y además de este detalle sí recuerdo que me extrañaba el apellido de José Luis...de Dios.

Ya olvidé los detalles. Sí recuerdo que algunos cuantos años después volví a encontrar a Pepitito. Debe haber sido en 1965. Fue cerca de su casa. Nos reconocimos inmediatamente, sin rencores. Nos separaba todo el secundario. Yo estaba en primer año de Medicina y fijé el encuentro en mi memoria porque sucedió algo extraño, según me pareció en ese momento. Pepitito se interesó en mis lecturas. Indagaba qué leía. Recuerdo de manera vívida que le mencioné que solamente los textos de estudio de la facultad. Pepitito me reconvino y me señaló que debía ampliar mi franja de intereses hacia las cuestiones sociales; también mencionó que estudiaba Sociología. Me excusé de mi pecado señalándole la densidad de cómo mínimo los tres tomos del Testut de Anatomía, como lo sabe cualquier estudiante de Medicina.

Por otro mucho tiempo no supe nada más de él, hasta los años del Proceso, que fue cuando leí en Clarín que un tal José Luis de Dios había muerto en un enfrentamiento con el ejército en la Ruta 3 y le atribuían haber colocado la bomba en el comedor de Coordinación Federal, un atentado terrorista de 1976 que dejó una veintena de muertos y unas cuantas decenas de heridos. La noticia me impresionó. No veía hacía mucho tiempo a José Luis, pero había sido mi amigo. No era nada más otro nombre en el diario. Además, sin proponérmelo, le había hecho caso con la cuestión de las lecturas, que tal vez me hubieran llevado por el mismo camino, de no ser por un momento de lucidez que me distanció de la posibilidad de la lucha armada, cuando en 1968 me ofrecieron participar de un entrenamiento militar de guerrilla.

Los 30 años del comienzo del Proceso volvieron a mi memoria estos episodios. No estaba seguro de hechos, momentos y fechas, así que una de estas mañanas decidí valerme de Internet para darles la verdadera perspectiva.
El tiempo había deformado mi memoria. No se trataba del atentado en Coordinación Federal; el que se le atribuía a Pepitito, como “personal civil infiltrado” había sido uno similar en el microcine de la subsecretaría de Planeamiento del Ministerio de Defensa el 15 de diciembre de 1976. Hubo ahí 14 muertos y 20 heridos. Esa fue la información oficial; otra, indicaba que había sido visto antes detenido en Campo de Mayo y la noticia del enfrentamiento una pantalla. Además, el enfrentamiento no estaba señalado en la Ruta 3, sino en Monte Grande.
La búsqueda me permitió encontrar otro compañero de aquél primario: Luis Castrogiovani, fallecido en el ataque al Comando Radioeléctrico de Merlo el 6 de junio de 1973. Por aquella época me lo había contado otro amigo, pero ya no lo tenía presente.

Una noche de 1989 o 90, en una reunión social, lo reconocí inmediatamente. No había lugar para el error. Con muchos más años y dimensión corporal, pero la misma cara inequívoca, estaba el hermano de Pepitito. Me dijeron que era médico, esposo de una sobrina del anfitrión. Mencioné secreta y brevemente el episodio de la muerte de su hermano y la relación que teníamos. Descreído, el dueño de casa aseguró que no podía ser, que el médico era hijo único.
Admito que hasta ahí siempre había alojado algunas dudas sobre la posibilidad de un homónimo de Pepitito, pero en ese momento, súbitamente, quedaron despejadas. Al fin y al cabo, mi juicio sobre el hermano de Pepitito, apenas a los diez años, no había sido desacertado. O acaso su trágico fin había sido demasiado difícil de sobrellevar para la familia.

Raúl Clauso
31 de marzo de 2006
Publicado en www.Bariloche2000.com el 3 de abril de 2006

sábado, enero 14, 2006

Papelones de antología

Para decirlo derechamente: con esta policía, estamos fritos. Ayer fue un viernes 13 fatídico en Buenos Aires, como se espera que deba ser de acuerdo con la superstición. En el conurbano, más específicamente, hubo robos y asesinatos, pero dos –que ocuparon buen tiempo de la TV durante el día- tienen características remarcables. En uno de los casos un policía murió y otro quedó gravemente herido. Les dispararon con los M 16, los rifles de asalto. Al oficial muerto una bala le perforó el chaleco antibalas. Detuvieron a uno de los delincuentes y la policía y las fuerzas especiales buscaron en las inmediaciones –con un despliegue considerable- a uno de los fugados, casa por casa, techo por techo, sin resultado. Cuando por fin el operativo terminó: un vecino denunció que había sido tomado como rehén por el fugitivo, que pacientemente esperó que todo se calmara para huir. Un papelón mayúsculo. De paso, encontraron lanzagranadas y el fusil mencionado.
En el otro caso, varios delincuentes entraron un banco, tomaron varios rehenes y durante muchísimas horas estuvieron rodeados por un ejército policial. Llegado un momento como los ladrones no daban señales de vida para la negociación, la policía decidió entrar: Surprise!!! Los ladrones hacía rato que habían escapado por un boquete, no sin antes alzarse con una buena proporción del contenido de las cajas de seguridad de los clientes y los fondos del tesoro del banco. Los rehenes estaban todos bien. Un papelón gigantesco. Antes de irse, los ladrones dejaron unas bombas en el hueco por el que supuestamente escaparon. Pasaron horas hasta que las hicieron detonar y descubrieron el ardid por completo. Dijeron los medios que también encontraron lanzagranadas. ¿Casualidad?.
Los operativos que se vieron por TV fueron de tal magnitud que no se pueden concebir los resultados. Es muy probable que para hoy, unas pocas horas después estén rodando cabezas en la cúpula policial o los jefes de operativo. Mientras tanto como se trata de la Argentina, hay un paso a pensar que tanta ineficiencia no puede ser casualidad. Nunca nadie se anima a decirlo en los medios regulares, pero tratándose de la bonaerense, mmmmm!!. Viene a la memoria Ramallo.
En este punto creo que soy un iluso o estoy viendo demasiadas series de televisión de corte policial. Porque ahí, no pasan esas cosas y los policías se comportan profesionalmente, aunque invariablemente hay una bonita mujer policía que en el fondo siempre es un poco tonta y lo demora todo o se cae cuando debe escapar. crispando a los espectadores.
El punto es que en el primer caso reseñado, se veía una tremenda confusión entre los policías, muy similar a las aventuras de los Tres Chiflados. Hasta se produjo el gag del policía que patea una puerta común y silvestre con singular violencia y sin lograr derribarla y al fin a uno se le ocurre pedir una llave y...llega la llave, que no abre esa puerta, sino otra. Y sinceramente? A Ud. eventual lector, con litros de adrenalina recorriendo su cuerpo ante la posibilidad de enfrentarse a tiros con un delincuente, se le ocurriría tomarse una pausa, encender un cigarrillo y seguir como si tal cosa, arma en mano, arriesgando su vida. No parece lógico, pero se vio claramente ayer en televisión. El vicio pudo más para un policía que, para colmo, ni siquiera contaba con un chaleco protector.
Lo que ayer pudo apreciarse en ese caso que relato es que claramente la policía carece de un entrenamiento adecuado, suspicacias aparte. No sólo no están en un estado físico apropiado para enfrentar esas situaciones (había muchas panzas), sino que desconocen al parecer cómo moverse para moderar los peligros a que se enfrentan. Parecían irregulares espontáneos a los que se les proveyó un arma en ese momento. A todas luces se exponían sin sentido ni lógica aparente. Mucho valor y poco seso. O al revés: poco seso y mucho valor.
Visto así no sorprende que se les haya escapado un individuo de gran peligrosidad.
En cuanto al segundo caso, el del banco, hubo sin duda pocas ideas. A menos que se haya tratado de una estratagema del recaudador impositivo Montoya de la provincia de
Buenos Aires, que desde hace tiempo aspira a abrirle las cajas fuertes a los pudientes y que, como se sabe, es poco apegado a la legalidad.

lunes, enero 09, 2006

La Cuba real

“Yo me tiro en la arena a tomar sol y no me fijo en nada”. Con esta frase Susana cerró, hace más de diez años, un diálogo acerca de mi parecer sobre Cuba. Yo venía de pasar quince días en la isla con mi mujer y en verdad nos había resultado un alivio abandonarla, disgustados después de haber malgastado varios miles de dólares en el paraíso de Fidel.
La expresión de Susana -entonces una compañera de trabajo-, volvió en estos días, a pesar de los años que transcurrieron, cuando me propuse reflejar algunos “tips” de nuestra experiencia personal en la isla.
En realidad nunca me abandonó porque me había impactado el comentario, tan lejano a mi propia visión y no alcancé a entender como alguien podía pasar por alto la cruda realidad de un lugar, más allá de sus encantos naturales. Era una de esas conclusiones que ni admiten ni merecen ser discutidas.
Con el tiempo “las maravillas” del sistema cubano que impone Castro retornaron a los medios, alentados por la recidiva de propaganda izquierdista de los ´70, que afecta a América latina.

Debo admitir que nuestro viaje a Cuba tuvo también propósitos turísticos, pero cosquilleaba la inquietud por apreciar más de cerca los “logros” de la revolución en varios campos que siempre se publicitaban, como la educación y la atención médica.
En el primer caso la única oportunidad disponible fue observar los avances a través de los resultados. Si la educación puede medirse a través del despliegue de inteligencia para resolver situaciones cotidianas, la conclusión fue necesariamente lamentable.
En Cuba nos encontramos con infinidad de dificultades provenientes de la incapacidad de la gente que atendía al turismo para organizar sus ideas; aunque fuera mínimamente.
Había miles de visitantes y seguramente todos tenían sus propias anécdotas: reservaciones irrespetadas, viajes incumplidos, una burocracia que siempre depositaba la responsabilidad en alguien inexistente, una completa inoperancia para resolver situaciones inesperadas... para mencionar algunos de los hechos más habituales. De hecho pudimos retornar a tiempo desde Varadero a La Habana para tomar nuestro avión de regreso a Buenos Aires, porque mi mujer harta ya de las dilaciones, tomó en sus manos la organización del viaje -cuando todo parecía perdido-, ante el beneplácito de una empleada que respiró aliviada.
Unos días antes, habíamos logrado ubicar una “librería” en la zona hotelera de La Habana. Teníamos la peregrina intención de comprar algunos libros. La sorpresa que nos deparó la visita fue mayúscula. Estanterías y mesas, despojadas, donde reposaban tan sólo algunos ejemplares ajados. Ahí sólo había algunos volúmenes de baja calidad sobre la revolución y para peor se trataba no de impresiones industriales, sino de encuadernados de hojas escritas a máquina. Me imagino hoy a una cantidad de escribas cubanos sentados frente a viejas Remington tipiando y reproduciendo esas páginas, tan artesanalmente como se producen los famosos habanos del lugar.

Por esos días nos acercamos también a la medicina. No porque necesitáramos atención, sino porque un circunstancial compañero de viaje argentino era médico y fervoroso adherente a la revolución. Visitamos un hospital donde gente de baja condición esperaba pacientemente ser atendida. El hospital en cuestión me pareció similar a los que conocía de Buenos Aires –el llamado estilo francés con pabellones-, aunque algo más precario.
Hicimos conocer nuestra intención de conversar con algún profesional médico, pero “nadie” quería hablarnos. Finalmente logramos localizar a un médico joven que estuvo dispuesto a conversar. La charla se desarrolló mientras caminábamos por el exterior, fuera de los pabellones. Al principio sólo refería maravillas del sistema médico, pero a medida que iba tomando confianza emergió la verdad. La reserva fue una exigencia del médico cubano. En una suerte de parodia institucional, los enfermos eran atendidos y se retiraban con sus recetas para adquirir los medicamentos, que acaso con mucha suerte podrían hallar en alguna farmacia.
Fue el segundo desencanto del médico argentino compañero de viaje. Un rato antes mientras nos dirigíamos al hospital había discutido inútilmente con dos policías tratando de salvaguardar los “derechos humanos” de dos adolescentes mulatos que nos oficiaban de guías y que terminaron conducidos hacia un destino incierto, no por cometer algún delito, sino por esa tarea que les arrimaba algún valioso dólar y de paso agobia al visitante.

Con el ojo un poco atento transcurrían los días en La Habana e iban emergiendo muestras de la realidad revolucionaria, como las delicias de la economía planificada: imposible conseguir azúcar, porque no abundaba en los hoteles...EN CUBA!!. Una cola que rodeaba prácticamente una plaza céntrica para poder tomar un helado. Los bellos chicos cubanos desesperados por golosinas que les estaba prohibido comprar en los kioscos. El habanero cincuentón que engullía con fruición sorprendente trozos de cerdo en un restaurante al que sólo podía acceder acompañado por turistas. Y la hermosa mulata apenas salida de la adolescencia, a la que un viejo europeo pederasta le pagaba aceite, fideos, salsas enlatadas y otras vituallas en el supermercado del hotel reservado para turistas, a cambio de favores predecibles.
Pensé entonces que Castro había hecho la revolución para terminar también con la perdición de los años 50 en La Habana. Cuarenta años después la degradación había retornado, tal vez de peor manera.
Conservo otra imagen imborrable: Un día de calor extenuante en Varadero y algunos jóvenes cubanos sentados en un pequeño paredón, imposibilitados de pisar la arena porque se lo prohibía la eterna policía que vigilaba las playas.

La indigencia, la precariedad de la vida cotidiana, las necesidades evidentes de los cubanos, el miedo a hablar, y la discriminación (para hacer agradable la estadía turística), se nos mostraron insistentemente en toda su crudeza durante esa quincena, apenas reprimidas por una ostensible presencia policial.
Como en ese momento, creo también ahora que la salida de la revolución, si se produce, tendrá resultados catastróficos. También entendí cómo alguien puede jugarse la vida en el mar en una balsa incierta.

Pienso de nuevo en Susana, que disfrutaba el sol caribeño, ausente de su alrededor. Los miles que todavía adoran el credo castrista no son muy diferentes.

miércoles, enero 04, 2006

El típico argentino

Sin eufemismos, en forma tajante, el escritor Mario Vargas Llosa ha dicho hace unas pocas horas: “ es desagradable y demagogo”, refiriéndose al presidente Kirchner.
Lo segundo lo sabe al menos un 25 a 30% de los argentinos; los que expresan su disgusto con el gobierno cuando los encuestan. Del otro 70-75% -los que están a favor- se supone que una parte también está al tanto, pero le importan otras cosas.
Vale la pena detenerse en el primer adjetivo que utilizó V.Ll., que sin duda resulta sugestivo para definir a un presidente.
Para cualquier mortal, la condición de agradable tiene por lo general singular importancia. Es una virtud que siempre destacan las relaciones permanentes u ocasionales.
Hay quienes por un déficit psicológico o de educación, o porque el poder del momento les permite el desprecio, no resultan individuos agradables. A estos se los acepta por necesidad, u obligación o porque no queda otro remedio.

La pregunta es si pueden extenderse estas ligeras consideraciones al cargo de presidente.
Deberían ser modificadas levemente. Para empezar a V.Ll. o la mayoría que no pertenece al círculo íntimo de Kirchner, le interesa poco cómo se conduce el presidente en su marco social privado. De todas maneras, su pertinaz insistencia en volar frecuentemente a Santa Cruz o descansar en el inevitable Calafate dan idea de que su marco social individual es, por lo menos, restringido. Algún problema hay ahí. K. busca lugares que tal vez son psicológicamente seguros. Vamos, ver una y otra vez el glaciar sólo puede resultar atractivo para un geólogo.

En suma que la condición privada de desagradable puede soslayarse, pero ¿qué pasa cuando se trata de lo público?. ¿Tiene importancia para un gobierno, un país? ¿Impacta de alguna manera en la sociedad?. Y en todo caso, ¿qué implica ser desagradable en ese nivel?.

Se espera de un presidente cierta categoría que lo destaque de sus gobernados. Dicho rápidamente, Kirchner está más para formar parte del elenco de Los Roldán que para codearse con los primeros mandatarios del mundo. Y si se observa con alguna atención se verá que sus colaboradores más cercanos también están para integrar la serie televisiva.

Observado desde un lugar más refinado de la sociedad –lo que no significa necesariamente exclusivista-, Kirchner es un individuo vulgar, sin roce, que emplea un lenguaje equivalente para expresarse y que basa ineluctablemente su argumentación en el demérito de quienes no piensan igual. Sus dobles mensajes en el terreno político y su avasallamiento insistente de la legalidad constitucional revelan el carácter despreciativo del más puro individuo desagradable, que carece de reparos y escrúpulos en su acción porque no le interesa la suerte de los demás y lo que piensen de él. K. siempre se encarga de recordarlo en sus patéticos discursos.
Hay que detenerse un poco y observar cómo estas características son las que el mundo reconoce en los argentinos individuales y que los han hecho blanco de las crueles bromas internacionales. De ahí podría explicarse acaso el relativo éxito del presidente en las encuestas: la identificación.

¿Se trata sólo del exterior o afecta de alguna forma a la sociedad?. Como lo alertan muchos esclarecidos del país la conducta presidencial deviene en la degradación institucional. Dice Marcos Aguinis: las instituciones son mucho más que los edificios, los sellos y los funcionarios, el poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial...son más que todo eso: son el conjunto de normas, reglas, pautas..que regulan las relaciones entre los ciudadanos y el Estado”( ¿Qué hacer?, págs, 49 y 50).
La organización interna del país sufre las consecuencias del estilo “desagradable” de Kirchner, más allá de que algunas no se manifiesten ahora en toda su crudeza. Otras sí, como es el caso del sordo enfrentamiento social que alienta el presidente.

Hay que considerar entonces que la condición que le imputa a Kirchner el escritor no es una ocurrencia del momento ante la pregunta periodística. Sobre todo proviniendo de Vargas Llosa, el calificativo de desagradable adquiere otra dimensión, hay que darle otra trascendencia.

AGREGADO: Tras la publicación de esta nota en el blog, el ministro del Interior, Aníbal Fernández, calificó las declaraciones de Vargas Llosa, como berretas y gratuitas. Fernández es sin duda mucho más desagradable que el presidente Kirchner y esta consideración lo ubica exactamente en ese lugar. Para quienes lean eventualmente esta nota y no estén familiarizados con el "lunfardo" argentino (slang), berreta significa "de baja calidad". Como el ministro no puede desprenderse un momento de su condición, resultó incapaz de recurrir a algún vocablo más elegante, que debería ser propio del puesto que ocupa.

4-1-06

lunes, enero 02, 2006

¿Cuánto vale la vida?




Una regla indiscutida rescata por igual, sin distinciones, el valor de cualquier vida humana. Por ese camino, en el extremo, valen igual la vida de la Madre Teresa que la de un violador múltiple.
Ese precepto –se supone- está consagrado en la civilización para preservarla de la violencia indiscriminada. Las leyes no establecen distinciones sobre las características individuales, cuando lo que se juzga es un homicidio.
Por esa razón, entre muchísimos otros ejemplos, un policía que mata a un ladrón en un procedimiento es investigado para determinar si en el hecho hubo razón justificada para llegar al extremo de tomar la vida del delincuente. Los que se oponen a la pena de muerte básicamente sostienen que el estado no puede arrogarse el derecho de “matar”, aunque el acusado lo sea de crímenes horrendos. Si no existiera tal concepción prevista en la ley, habría vía libre, por caso, para los linchamientos.

Hay que reconocerlo sin hipocresía: nadie cree en su fuero interno que todas las vidas humanas tengan el mismo valor. Es tan obvio que ni merece la pena ejemplificar.
Los entreverados senderos de la ley, después, cuando se juzga un homicidio, endurecen o moderan las penas que se aplican a los asesinos, atendiendo a las causas particulares de cada caso. Muchas veces las penas aplicadas por los jueces, por lo leves o duras, colisionan con el juzgamiento que hace la sociedad y que no atiende ni entiende de argucias legales. A veces la razón parece estar de un lado, a veces, de otro.
Bariloche tiene una justicia muy particular. A mediados de 2005 condenó a varios años de prisión a un experto guía de montaña, responsabilizándolo de la muerte, en una travesía, de una decena de estudiantes de la Universidad del Comahue, a causa de un alud de nieve. Fue la tragedia del Cerro Ventana, cercano a la ciudad. En esencia su culpa fue la negligencia, pero claramente no tuvo intención de que sucediera. Para la justicia eso suele ser homicidio culposo, es decir sin intención de matar, pero no en este caso. Probablemente por las características de la situación: decesos múltiples, estudiantes universitarios, repercusión nacional, presión de los familiares...vaya a saber.
Esa misma justicia, sin embargo, produjo últimamente otros veredictos sino dudosos, al menos extravagantes.

Mató a su hijo sin querer. El día de Navidad de 2005, poco después de las 7 de la mañana, una mujer –aparentemente discutiendo con su concubino- disparó repetidamente un arma calibre 22. Un proyectil impactó en el parietal izquierdo de su hijo de 9 años, que fue a dar al hospital con muerte cerebral y falleció 48 horas después.
Cuatro días después, el juez de instrucción Miguel Angel Gaimaro Pozzi dictó la libertad de la mujer –Lorena Cárdenas-, caratulando la causa como homicidio culposo, es decir sin intención, y por lo tanto merecedor de la excarcelación. El hecho ocurrió en un barrio denominado 2 de Abril, que frecuenta las crónicas policiales.
Claramente el homicidio no sería preterintencional porque la acción no estaba dirigida a la víctima.
Quedan algunos interrogantes flotando. ¿Carece de pena dispararle a alguien con un arma, aquí el concubino?. Porque ésa fue la razón del “accidente” que terminó con la vida del menor. Como sea, el juez decidió la cuestión en apenas cuatro días.¿Justicia rápida o pereza intelectual?.Queda la sensación de que el caso hubiera merecido una reflexión más prudente.
No es muy distinta la situación del que dispara en plena calle hiriendo a un transeúnte. Ha pasado con procedimientos de la policía.
Las fiestas de fin de año y el alcohol enloquecen a la gente. Un caso similar sucedió el 31 de diciembre, esta vez en Santo Tomé, provincia de Santa Fe. Pero aquí quien disparó fue el hombre contra su mujer hiriendo de gravedad al hijo de 17 años. El individuo se suicidó después liberando a la Justicia de tener que tomar una decisión. La mujer de Bariloche apenas se auto infligió algunos cortes.

Otro caso extraño. Por el mes de mayo de 2005, en una vivienda precaria “sobrehabitada” del barrio 2 de Agosto (que también alimenta a menudo las crónicas policiales), una mujer -Silvia Oyarzo- pretendiendo reavivar el fuego de una salamandra con nafta, provocó un incendio donde murieron sus tres hijos y su concubino. Se salvaron ella y el ex marido. Los hijos eran de ambos hombres y aunque no se indicaba en las crónicas surge una situación de promiscuidad, a la que los vecinos agregaron sus testimonios sobre denuncias por alcoholismo y violencia familiar. De hecho se constató que la mujer estaba alcoholizada al producir el hecho.
¿Qué juez intervino?. Miguel Angel Gaimaro Pozzi. ¿Qué decidió?. Dejó libre a la mujer mientras se sustanciaba el proceso.
Pero la causa –seguramente por cuestiones de turno-, quedó en manos del juez Martín Lozada, que algunos meses después sobreseyó a la mujer acusada de homicidio culposo, con el siguiente sorprendente fallo: “en este caso en particular resulta conveniente prescindir de la persecución penal estatal, en primer término, debido a que el accionar imprudente del autor ha sido compensado por las graves consecuencias del hecho, que para él mismo tienen efectos similares a los de una pena”. En palabras sencillas, “ya tiene bastante con haber matado a sus tres hijos y al concubino” (?). Caso cerrado, que pase el siguiente.

El chapista beodo. El tercer ejemplo también sorprende. Arturo Bastidas, un pintor de autos aficionado a la abundante ingesta de alcohol mató a su padre (también alcohólico) tras una discusión. Esta vez no se empleó un arma de fuego, sino que lo apaleó destrozándole el cráneo. ¿Cuál fue el resultado?. Previsible: Bastidas pasó algún tiempo tras las rejas, pero quedó en libertad. Básicamente el falló indicó que no tenía conciencia de sus actos. Hubo abrazos y lágrimas en la sala judicial entre sus parientes por la decisión. El juez, esta vez, Enrique Sánchez Gavier.
Tuve la oportunidad de hablar personalmente con él dos días después del fallo. Le pregunté sobre la decisión y más o menos lo que me dijo es que no se "ganaba nada metiéndolo preso". Alguien que escuchó la conversación, con impecable sentido común le espetó: ¿Y si se emborracha y mata a otro?. Gavier no pudo contestar.

¿Qué tienen estos casos en común?. La situación social de los implicados. En todos está presente el alcoholismo, la pobreza y la promiscuidad. La marginalidad cabalmente representada. Ahora bien, para los jueces esas situaciones se encuentran evidentemente más allá de la ley. Pero hay algo peor sobre lo que es necesario reflexionar, especialmente los magistrados. Si estos hechos involucraran entre las víctimas a ciudadanos no encuadrados en la marginalidad ¿caería el peso de la ley sobre sus acciones?. Algunos robos a comercios en Bariloche han merecido penas de prisión importantes para sus autores.
Hay espacio para confundirse. Puede suponerse cierto garantismo en los jueces, pero más que eso los fallos trasuntan discriminación. “Al final de cuentas los delitos son entre ellos, los marginales”, podría expresarse con crudeza el trasfondo.
Lo mismo del comienzo: todas las vidas no valen lo mismo.