Si no hay más remedio que pelear, lo mejor es asegurarse de que el contrincante quede knock out. Porque si se le da una oportunidad, tal vez arremeta con renovada furia. Pasa siempre en el boxeo. Y en el cine de acción.
Si la oposición política en la Argentina hubiera considerado este simple precepto, le hubiera ahorrado al país este redivivo ímpetu kirchnerista por imponer su voluntad a toda costa.
Lo dijo el mismo Néstor, en su primera aparición pública, tras el exilio interno de un mes que le aplicó la derrota del 28 de junio. Frente a su habitual claque disparó: “me tendrían que haber acabado cuando pudieron”. Este concepto no solamente pulverizó el diálogo de ficción al que había convocado el gobierno, sino que además le dio una pista a la oposición acerca de cuál debería haber sido su actitud.
Porque la realidad fue otra muy distinta. Horas después de los comicios del 28 de junio, mientras celebraban el triunfo, varios dirigentes de la oposición minimizaron brutalmente el hecho de que aún por el término de casi seis meses, los Kirchner iban a disponer de mayorías absolutas en las dos cámaras del Congreso.
Fue Mariano Grondona el que le planteó esa previsible situación a Francisco de Narváez. La respuesta entonces fue “que la ciudadanía le había dicho basta a una forma de gobernar y los K no se iban a animar a dictar leyes si no lograban un nuevo estilo de consenso”. Confiaban ciegamente –y lo dijeron prácticamente todos- en la diáspora de legisladores del FpV. Otra idea subyacente era que resultaría complicado seguir adquiriendo voluntades, cuando el superávit fiscal se desmoronaba.
Aunque lo negara, la oposición terminó sosteniendo y haciéndose cargo de la hipotética falta de gobernabilidad. Mansos, fueron al diálogo artificial. Hubo hasta gestos vergonzosos, como el regalo del bandoneón de Macri a Cristina. Sólo Lilita Carrió tomó distancia de la Rosada. No se prestó a la farsa, por otra parte indudablemente previsible.
Después llegó la aprobación de la prórroga en la delegación de facultades y en estas horas el gobierno maniobra con ventaja en Diputados para aprobar la Ley de Medios, que dará espacio a instrumentos dudosos y seriamente cuestionados, que merecerían –como los críticos aducen- un tratamiento y un estudio más profundo que el que impusieron los K.
La oposición incurrió en un serio error de diagnóstico y comprometió la ventaja obtenida en la elección. ¿Se trató de simple ingenuidad política originada en la inexperiencia de algunos opositores?. ¿Temor a ser señalados como golpistas o destituyentes? O como surgía de las declaraciones edulcoradas, la necesidad de mostrar ante la ciudadanía un perfil respetuoso de las instituciones, que la diferenciara de las prácticas K.
Como siempre, probablemente haya de todo un poco en la actitud adoptada por la oposición tras las elecciones, uno de cuyos latiguillos fue “que el gobierno debía llegar al 2011”.
¿Pensaba la oposición de esa manera o íntimamente anhelaba un retiro adelantado por el desgaste que se habían autoinflingido los K? Porque aun cuando se trató de una elección de medio término, los que votaron contra el gobierno en las distintas franjas del arco opositor, aspiraban con seguridad a esta posibilidad. O al menos a que les fueran recortados drásticamente los márgenes de decisión.
Tal vez en el plazo de dos años efectivamente se cumpla la profecía de algunos políticos que preconizaban que los K debían hacerse cargo del desbarajuste que produjeron en el país y por eso Cristina debía finalizar el mandato. Hay razones para dudar. ¿No será entonces mayor el daño? Porque a la luz está que puede esperarse cualquier cosa en el marco de permanente zozobra en que han sumido los Kirchner al país.