Lo que cuenta es la imagen
Es un hecho ampliamente aceptado que la influencia de la televisión fue determinante. La imagen reemplazó al texto, tornando mucho más sencillo el acceso a la información que se convirtió en un camino más breve y entretenido que el de la lectura. Sobre todo en materias que habitualmente ocupan por su impacto la tapa de los diarios. Es de suponer que quienes en el pasado adquirían el diario atraídos por los grandes titulares de las portadas, pero no profundizaban en la lectura de todo o una buena parte del contenido de las ediciones, fueron los primeros en migrar hacia la televisión. Con el tiempo, solamente quedaron fieles los lectores conspicuos que recibían los ejemplares en sus casas. De los que se agregaron con las nuevas generaciones desde los ´70, claramente la mayoría ha optado por ignorar las noticias en papel.
Hay un terreno amplio de discusión sobre la calidad de la información obtenida por uno y otro medio, y es aquí donde comienza a perfilarse un análisis de la posición de cada individuo frente a la información con formato de noticias periodísticas.
Si bien la imagen “le ganó al texto”, la televisión aportó un valor diferencial muy apreciado a partir de la década de los ´90: “el tiempo real”. Las informaciones están mucho más cercanas en el tiempo de ocurrencia, en tanto que los diarios no tienen opción: la información va a aparecer recién al día siguiente del suceso. Con los adelantos técnicos en materia informática y de comunicaciones, esa “inmediatez” de la televisión ganó puntos adicionales. Hoy en día los canales de noticias pueden estar “en vivo” en la ocurrencia de un suceso, exhibiendo protagonistas y testigos de una manera inaccesible a los diarios. Esa capacidad de la TV para trasmitir las vivencias golpea en el televidente de una forma que resulta imposible de replicar por la palabra escrita. Es cierto que los periodistas pueden (o podrían) trasmitir parecidas sensaciones en los artículos de los diarios, pero eso requiere un doble juego entre periodista y lector que a menudo no tiene lugar.
Del periodista gráfico se requiere una capacidad de escritura que salta a la vista no es generalizada y del lector, una postura previa que lo remita a buscar en los textos contenidos que no encontró en las imágenes o en las declaraciones en vivo.
Es necesario entonces reparar en dos situaciones: la noción de que las noticias que publican los diarios son “viejas” en términos de que ya han sido difundidas (mejor o peor) antes de que aparezcan impresas y la noción del reprocesado imperfecto. Lo primero es sencillamente comprensible y respecto de lo segundo, hay que detenerse en que los periodistas gráficos apenas pueden recrear una percepción tan rica como la obtenida directamente de las imágenes.
A pesar de los esfuerzos de los editores de los diarios, las fotografías que se reproducen aportan poco o casi nada al propósito de levantar la información. Desde hace algunos años y como evidente subproducto de ese rezago de la gráfica frente a la televisión, las secciones dedicadas a la fotografía en las redacciones fueron dotadas de o conquistaron mayor jerarquía. Esto significó que pasaron de ser las proveedoras de las ilustraciones de los artículos a convertirse en secciones también editoriales. Aunque se trate de un lugar común el concepto subyacente fue “una imagen vale más que mil palabras”. De ahí que hasta los fotógrafos resistieron tal denominación y surgió la idea del fotoperiodista o el cronista de fotografía. Una corriente un tanto snob en este sentido exageró el significado contextual de la fotografía y si bien es cierto que en algunos sucesos efectivamente supone el enriquecimiento de los textos, es indiscutible que la mayoría de las fotos que aparecen en los diarios carecen de significado más allá de la estética ilustrativa en la construcción visual de las páginas. En todo caso no hay competencia entre una única imagen impresa y la sucesión de imágenes de la TV. La fotografía puede ser importante si se concibe al diario individualmente, pero no en términos relativos con lo que puede ofrecer la TV. Incluso las páginas web, al incorporar las posibilidades que ofrecen las imágenes captadas digitalmente, tomaron ventaja de las ediciones gráficas. En las ediciones on line es posible acceder a fragmentos visuales referidos a las noticias y a menudo reemplazan a los textos.
Para que los diarios en papel reconquistaran ese espacio debería tornarse realidad la fantasía de alguna de las versiones de Harry Potter, cuando mágicamente una imagen impresa cobra vida. La autora de la saga, J.K.Rowling, tal vez sin pensarlo haya señalado un camino a los diarios. Al menos es una posibilidad perfectamente concebible en plena revolución tecnológica.
Son necesarias en este punto algunas salvedades imprescindibles. Los contenidos de los diarios son mucho más amplios en diversidad de sucesos que los noticieros estándar de la TV. En los diarios hay muchísima más información y variada y en este punto es donde obtienen una ventaja relativa. Pero no pueden eludir el hecho de que en los temas que más atraen a la gente (contentémonos por el momento con esta expresión sintética) definitivamente están perdidos.
La irrupción de las noticias en TV y el desarrollo hacia las cadenas que las trasmiten de manera permanente le sustrajeron el gran público de antaño. La manera en como enfrentaron esta realidad –y lo continúan haciendo- fue el énfasis en la profundidad. Es decir, dotar a las noticias de mayores elementos para su comprensión, imposible en general de hacer por las características de la TV, donde predomina el rápido y más superficial abordaje de la información. Pero para que esto diera resultado era necesaria mayor extensión de los textos o su fraccionamiento en una presentación atractiva, porque el supuesto dominante es una creciente menor disposición a la lectura. Los diarios, así, cayeron en una inevitable trampa. En su afán de “parecerse” a la televisión viraron hacia formatos más ágiles, páginas color y menor densidad textual, un hecho que conspiró de alguna manera contra la profundidad anhelada.
Los diarios hoy se debaten en esta encrucijada y desde hace tiempo no encuentran el rumbo adecuado. El permanente deterioro del número de lectores se explica en parte también porque aun con las limitaciones que plantea el medio, la televisión sigue aprovechando sus ventajas comparativas y se dirige en forma creciente a obtener mayor profundidad en el tratamiento de las noticias. Tanto la TV abierta como los sistemas de cable aseguran espacios crecientes donde la noticia da paso al análisis, al debate. En este sentido apuntan a brindar -más allá de los resultados observables-, acceso a un trato más profundo de los temas. Una de las limitantes pareciera ser aquí y en términos comparativos la calidad de los periodistas abocados al ejercicio de esa función.
En las entrevistas gráficas de tono analítico el periodista practica a menudo una suerte de recreación del momento de la entrevista real con el personaje. El propósito es perfilar textualmente la gestualidad y el entorno. En la TV eso no es necesario, pero por el alto grado de exposición que implica siempre hay en el lenguaje de los entrevistados una suerte, por así decirlo, de sinceridad limitada, fingida. Los límites del tiempo televisivo también conspiran contra la calidad de las exposiciones. A menudo son extremadamente sintéticas, sobrevuelan los temas, eludiendo las honduras de manera explícita. “…La complejidad de este tema hace imposible tratarlo en el tiempo disponible…”, suele ser un latiguillo común en los programas de televisión dedicados a la información (noticias o comentarios) como excusa para adentrar en la esencia de cualquier cuestión. Incluso, la frontera temporal suele anteceder a la exposición: “Dispone de dos minutos para explicar...” es una orden habitual en los programas. O la recurrente apelación a la claridad. Claro está, porque al público televisivo se lo supone heterogéneo, con distintos grados de calificación intelectual y por lo tanto con una variada posibilidad de acceso temático.
Sin duda ese corset tan ceñido estrecha un despliegue esclarecedor de la cuestión informativa en televisión. El periodismo gráfico no tendría –históricamente fue así- una limitación tal, pero las modernas exigencias de edición que aspiran a emular a través de la presentación gráfica de los diarios el formato televisivo de rápida aproximación a la información, confabula contra la fortaleza propia del diario: ofrecer mejor tratamiento.
A mediados de los ´90 me tocó ser testigo (y por qué no decirlo) partícipe, de una expresión de ese fenómeno en uno de los más importantes diarios de la Argentina. Se insistía ahí por entonces en que había que escribir “para la gente”. Esto significaba que el lenguaje de los artículos debía ser llano, claro, sin artificios que enlodaran la comprensión. También se hacía hincapié en la elección de los temas: “lo que le interesa a la gente” se decía, propósito un tanto peregrino considerando la ambigüedad conceptual del colectivo “gente”. Debido a esto es que a menudo en ese diario se puede leer que en lugar de aumentar la electricidad, aumenta “la luz” y las cosas no son falsas ni apócrifas, sino “truchas” y las corrientes de cualquier tipo dejaron de ser movimientos para convertirse en “movidas”.(Continúa)