¿Es posible la vida sin noticias?
La comunicación solamente puede establecerse cuando el emisor y el receptor se ponen en contacto. De tal manera que no es posible aproximar a una proyección evolutiva del periodismo sino se considera a los oyentes, televidentes y lectores de medios gráficos y de medios en Internet, los receptores.
El núcleo del debate es la suposición de que el problema central en la decadencia de los diarios es la falta de lectura de las nuevas generaciones. Temen en consecuencia que en tanto desaparezca la vieja ola de lectores de diarios, se acentúe la caída.
La cuestión no termina de resolverse porque ignora otros componentes. Al menos, la merma de lectores es apenas una pequeña parte del problema. El núcleo dominante de la cuestión es que hay evidencias cada vez más contundentes de que a la gente “le interesa cada vez menos estar informada”. Este enfoque nos conduce al hecho de que no solamente los diarios pierden lectores, sino que las radios, oyentes y la TV, pierden su público. Y tampoco van a los medios en Internet.
Recorrer esta hipótesis parece arriesgado, sobre todo porque no está respaldada por estudios que certifiquen una realidad distinta a la que supone vivir en la era de la información.
Pero igualmente es sencillo constatar que se manifiesta en la sociedad un desinterés de naturaleza como el apuntado. Hasta podría decirse que dominan en la sociedad los individuos que nunca leen diarios, ni ven noticieros en TV, visitan las páginas web o escuchan informativos radiales. Y a veces por tiempos prolongados. Lo ignoran todo sobre todos los temas y apenas les ocupan los hechos más inmediatos que ocurren a su alrededor. Y la vida parece continuar.
Esta podría ser una realidad dolorosa para todos quienes desarrollan su actividad, sus negocios, en la “era de la información”, como se le ha dado en llamar a este tiempo contemporáneo.
Si es cierto que una buena parte de las sociedades se ha refugiado en la existencia privada, al margen de las intensas corrientes de información dominantes, la era actual habría que denominarla mejor “de la desinformación”.
Este concepto ha sido expuesto reiteradamente en los últimos años por los estudiosos de la comunicación, pero no se lo ha asociado frontalmente con el abandono de las noticias, o el desinterés por los medios.
La paradoja que se constata entre el máximo desarrollo de los medios de comunicación alcanzado por las sociedades y la consecuente facilitación del acceso a la información, por una parte y una creciente desinformación, por otra, se explica por la abrumadora ola de datos inabarcable en la práctica cotidiana. La revolución de las comunicaciones supone que el individuo contemporáneo está en condiciones de acceder a datos provenientes de múltiples e infinitas fuentes desde el punto de vista de la percepción personal y sobre temas que asumen iguales características.
Incluso el individuo atento e interesado, encuentra que el volumen de datos es desbordante y genera una ansiedad, una angustia, similar a la que se experimenta frente a los miles de volúmenes que alojan las bibliotecas o las librerías modernas.
El conocimiento se torna inaccesible en su totalidad. Hoy en día ni siquiera los periodistas, tradicionalmente los mayores consumidores de información, están en condiciones de manejar de una manera adecuada y provechosa la información disponible. Siempre queda la sensación de que faltó enterarse de algo y que ese algo puede haber sido importante.
Basta un rápido repaso por los medios periodísticos para observar la medida en que se destina un lugar a informaciones extrañas a los intereses cercanos a una sociedad. La distancia geográfica todavía pesa y los medios parecieran no tomar nota de que algunos sucesos en la antípoda del mundo carecen de significación para el lector, televidente, etc., local. A lo más podrán provocar en el receptor un “qué barbaridad”, pero al segundo siguiente lo habrá olvidado. La repetición incesante de informaciones “extrañas” a los intereses más inmediatos insensibiliza y esto no solamente compete a noticias fuera de las fronteras, sino incluso dentro del propio país.
Vale la pena detenerse con algún espíritu crítico sobre las páginas web de los medios, donde salvo algunas excepciones, se bombardea al navegante con una mezcla extravagante de datos que reúnen economía, política, policiales, accidentes, y toda la variedad clasificatoria que se pueda imaginar, en una suerte de cambalache distractivo.
Mientras escribo estas líneas y aprovechándome de las ventajas que proporcionar ahora la tecnología, apelo a una página web argentina con el propósito de ejemplificar. En el ingreso se encuentran estas informaciones:
1-Tiscornia descuenta que será suspendido y aclara no tener "animosidad" contra Garré (Política)
2-Descubren planeta 20 veces más grande que la Tierra (Divulgación)
3-La decisión de las mujeres (Actualidad- Conclusiones de un estudio)
4-Las bolsas de Europa y Asia, estabilizadas por la FED (Economía internacional)
5-Podría cambiar la historia de América como se la conoce (Actualidad-información general)
(Nota: En los apenas tres o cuatro minutos de buscar estas informaciones y “pegarlas” en este texto la página ya cambió su estructura)
Imaginemos por un momento a la persona común que accede a la web. No solamente podrá tomar nota de que la presentación de la información es antojadiza, dominada por un cierto criterio de urgencia o por la sencilla razón de que lo último es lo más importante. También podrá recorrerla sin un clik para acceder a la nota central y podrá conformarse con los copetes, porque éstos no anticipan un contenido interesante.
De las cinco notas, la 3 es de información liviana, casi intrascendente. La 2, se refiere a un planeta gaseoso de otra galaxia (puede ser relevante para los amantes de la astronomía). La 1 refiere a un tema recurrente y la información no altera la cuestión de fondo a la que se refiere (es una obviedad lo que declara el juez). La 4 puede atraer a especialistas bursátiles. De todas, la 5 es la que podría apuntar a un interés más amplio.
Se puede ver que en algún sentido, este ejemplo –que se repite incisamente a cada instante en Internet- revela que se expulsa al lector. Quien tuviera la suficiente capacidad para absorber este literal bombardeo de datos… ¿Estaría informado? O simplemente, apenas tendría noticia imperfecta de miles de hechos provenientes de infinitos orígenes.
Claramente no sería ésa la situación de la mayoría que accede de continuo a Internet. Porque cualquiera puede notar que la aproximación a la información se asocia a las preferencias o a la especialización. El argumento lineal sería entonces: se ofrece todo lo que hay, que cada quien tome lo que prefiera.
La construcción de las páginas web revela una suerte de comodidad, de conformismo con un criterio acumulativo. Al menos en los diarios las noticias están categorizadas en secciones, pero en Internet solamente adquieren esa característica cuando pasan de un día a otro y reflejan –en el caso de los diarios- a la edición impresa.
Pero en ese caso cuál sería el sentido del periodismo. No ciertamente el mismo que ha predominado históricamente. De alguna manera se traslada al navegante, en este caso, la decisión de definir qué es lo sustancial en materia de noticias, una tarea que con imperfecciones el periodismo ha desarrollado bastante eficientemente a lo largo del tiempo.