martes, diciembre 13, 2011
Nepotismo en Bariloche
La mujer de César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo. Esta célebre frase atribuida a Cayo Julio César, a propósito de la sospecha de un encuentro amoroso de su mujer Pompeya Sila, ha sido tomada históricamente como un paradigma de la formulación ética. Incluso podría decirse que alcanzó cierto grado de cotidianeidad como una de las guías de conducta individual.
Pero al parecer ha dejado de ser así y ya no importa demasiado con qué ojos ven los demás las conductas propias. Esto es así especialmente en los medios políticos, donde a menudo asistimos a toda clase de indignidades. Así, algunos, confiesan con naturalidad pasmosa, actitudes que en otros momentos los hubieran expuesto al escarnio público.
El Sr. Omar Goye, que acaba de ser ungido intendente de San Carlos de Bariloche (ganó la elección, es cierto) recibió una ciudad con arcas exhaustas, producto mayormente de la dura crisis que originó la erupción del volcán del Cordón Caulle. Y lo primero que anunció fue que no comprometería las finanzas de la ciudad adquiriendo más de 42 hectáreas para viviendas sociales, operación que fue aprobada de urgencia en la última sesión del Concejo deliberante saliente. Bien…entonces: coherencia. Lamentablemente, su segunda decisión fue el anuncio de creación de una suerte de Casa de Bariloche en Buenos Aires, en la avenida de Mayo, aparentemente para el seguimiento de gestiones que haya que hacer ahí y para “atender las necesidades de los barilochenses en Buenos Aires” (¿?). El tiempo dirá si es o no de utilidad esa delegación. Lo verdaderamente malo de esto – además del gasto- es que el Sr. Goye dispuso que a cargo de esa “sucursal” esté su hija.
Sea como sea que observemos esta decisión, estamos –hay que decirlo- frente a una clara situación de nepotismo. Apelemos aquí a la Real Academia para no ser sospechosos de improvisar y digamos que nepotismo significa …”desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos”. No hay tu tía. No hay atenuantes. Guste o no, el nepotismo es un acto de corrupción.
El Sr. Goye, ante este anuncio, quiso convencer a la prensa (que no cuestionó nada a decir verdad) de que había elegido a su hija, palabra más palabra menos… "porque es una persona de su confianza, preparada y apta para desarrollar el cargo”. Los signos de admiración del idioma español son insuficientes para destacar lo insólito de este comentario.
El Sr Goye venía preparado para el cuestionamiento y su insólita respuesta se ajusta a una concepción de nepotismo a la que cualquiera puede acceder vía Google. Es decir que no hay tal cosa cuando una persona es apta para un cargo, al margen de las suspicacias que puede despertar un nombramiento.
Aquí pensamos que el Sr Goye se esperaba una crítica por la creación de esa delegación en Buenos Aires y por colocar ahí a su hija y se anticipó a preparar un argumento con el que hacerle frente.
¿Por qué hace esto el Sr. Goye?. Sencillamente porque el estado de la ética en la sociedad lo habilita. La corriente presidencial a la que adhiere baja hacia sus acólitos una forma de encarar lo público, como si fuera de propia pertenencia. El Sr Goye afronta su cargo como la presidenta hace con el suyo, como proveniente del derecho divino, no como un mandato transitorio.
Es evidente que al nuevo intendente no le hace mella aquello del César y resulta preocupante la soltura con la que tomó una de sus primeras decisiones. Con toda justicia puede suponerse acaso que ése sea el tono que marque su gobierno de la ciudad. Lamentable, porque estará apoyado con una mayoría legislativa que podría convalidar cualquier atropello.
martes, abril 26, 2011
¿A QUIEN LE IMPORTAN LAS NOTICIAS?Ultima parte
¿Es posible la vida sin noticias?
La comunicación solamente puede establecerse cuando el emisor y el receptor se ponen en contacto. De tal manera que no es posible aproximar a una proyección evolutiva del periodismo sino se considera a los oyentes, televidentes y lectores de medios gráficos y de medios en Internet, los receptores.
El núcleo del debate es la suposición de que el problema central en la decadencia de los diarios es la falta de lectura de las nuevas generaciones. Temen en consecuencia que en tanto desaparezca la vieja ola de lectores de diarios, se acentúe la caída.
La cuestión no termina de resolverse porque ignora otros componentes. Al menos, la merma de lectores es apenas una pequeña parte del problema. El núcleo dominante de la cuestión es que hay evidencias cada vez más contundentes de que a la gente “le interesa cada vez menos estar informada”. Este enfoque nos conduce al hecho de que no solamente los diarios pierden lectores, sino que las radios, oyentes y la TV, pierden su público. Y tampoco van a los medios en Internet.
Recorrer esta hipótesis parece arriesgado, sobre todo porque no está respaldada por estudios que certifiquen una realidad distinta a la que supone vivir en la era de la información.
Pero igualmente es sencillo constatar que se manifiesta en la sociedad un desinterés de naturaleza como el apuntado. Hasta podría decirse que dominan en la sociedad los individuos que nunca leen diarios, ni ven noticieros en TV, visitan las páginas web o escuchan informativos radiales. Y a veces por tiempos prolongados. Lo ignoran todo sobre todos los temas y apenas les ocupan los hechos más inmediatos que ocurren a su alrededor. Y la vida parece continuar.
Esta podría ser una realidad dolorosa para todos quienes desarrollan su actividad, sus negocios, en la “era de la información”, como se le ha dado en llamar a este tiempo contemporáneo.
Si es cierto que una buena parte de las sociedades se ha refugiado en la existencia privada, al margen de las intensas corrientes de información dominantes, la era actual habría que denominarla mejor “de la desinformación”.
Este concepto ha sido expuesto reiteradamente en los últimos años por los estudiosos de la comunicación, pero no se lo ha asociado frontalmente con el abandono de las noticias, o el desinterés por los medios.
La paradoja que se constata entre el máximo desarrollo de los medios de comunicación alcanzado por las sociedades y la consecuente facilitación del acceso a la información, por una parte y una creciente desinformación, por otra, se explica por la abrumadora ola de datos inabarcable en la práctica cotidiana. La revolución de las comunicaciones supone que el individuo contemporáneo está en condiciones de acceder a datos provenientes de múltiples e infinitas fuentes desde el punto de vista de la percepción personal y sobre temas que asumen iguales características.
Incluso el individuo atento e interesado, encuentra que el volumen de datos es desbordante y genera una ansiedad, una angustia, similar a la que se experimenta frente a los miles de volúmenes que alojan las bibliotecas o las librerías modernas.
El conocimiento se torna inaccesible en su totalidad. Hoy en día ni siquiera los periodistas, tradicionalmente los mayores consumidores de información, están en condiciones de manejar de una manera adecuada y provechosa la información disponible. Siempre queda la sensación de que faltó enterarse de algo y que ese algo puede haber sido importante.
Basta un rápido repaso por los medios periodísticos para observar la medida en que se destina un lugar a informaciones extrañas a los intereses cercanos a una sociedad. La distancia geográfica todavía pesa y los medios parecieran no tomar nota de que algunos sucesos en la antípoda del mundo carecen de significación para el lector, televidente, etc., local. A lo más podrán provocar en el receptor un “qué barbaridad”, pero al segundo siguiente lo habrá olvidado. La repetición incesante de informaciones “extrañas” a los intereses más inmediatos insensibiliza y esto no solamente compete a noticias fuera de las fronteras, sino incluso dentro del propio país.
Vale la pena detenerse con algún espíritu crítico sobre las páginas web de los medios, donde salvo algunas excepciones, se bombardea al navegante con una mezcla extravagante de datos que reúnen economía, política, policiales, accidentes, y toda la variedad clasificatoria que se pueda imaginar, en una suerte de cambalache distractivo.
Mientras escribo estas líneas y aprovechándome de las ventajas que proporcionar ahora la tecnología, apelo a una página web argentina con el propósito de ejemplificar. En el ingreso se encuentran estas informaciones:
1-Tiscornia descuenta que será suspendido y aclara no tener "animosidad" contra Garré (Política)
2-Descubren planeta 20 veces más grande que la Tierra (Divulgación)
3-La decisión de las mujeres (Actualidad- Conclusiones de un estudio)
4-Las bolsas de Europa y Asia, estabilizadas por la FED (Economía internacional)
5-Podría cambiar la historia de América como se la conoce (Actualidad-información general)
(Nota: En los apenas tres o cuatro minutos de buscar estas informaciones y “pegarlas” en este texto la página ya cambió su estructura)
Imaginemos por un momento a la persona común que accede a la web. No solamente podrá tomar nota de que la presentación de la información es antojadiza, dominada por un cierto criterio de urgencia o por la sencilla razón de que lo último es lo más importante. También podrá recorrerla sin un clik para acceder a la nota central y podrá conformarse con los copetes, porque éstos no anticipan un contenido interesante.
De las cinco notas, la 3 es de información liviana, casi intrascendente. La 2, se refiere a un planeta gaseoso de otra galaxia (puede ser relevante para los amantes de la astronomía). La 1 refiere a un tema recurrente y la información no altera la cuestión de fondo a la que se refiere (es una obviedad lo que declara el juez). La 4 puede atraer a especialistas bursátiles. De todas, la 5 es la que podría apuntar a un interés más amplio.
Se puede ver que en algún sentido, este ejemplo –que se repite incisamente a cada instante en Internet- revela que se expulsa al lector. Quien tuviera la suficiente capacidad para absorber este literal bombardeo de datos… ¿Estaría informado? O simplemente, apenas tendría noticia imperfecta de miles de hechos provenientes de infinitos orígenes.
Claramente no sería ésa la situación de la mayoría que accede de continuo a Internet. Porque cualquiera puede notar que la aproximación a la información se asocia a las preferencias o a la especialización. El argumento lineal sería entonces: se ofrece todo lo que hay, que cada quien tome lo que prefiera.
La construcción de las páginas web revela una suerte de comodidad, de conformismo con un criterio acumulativo. Al menos en los diarios las noticias están categorizadas en secciones, pero en Internet solamente adquieren esa característica cuando pasan de un día a otro y reflejan –en el caso de los diarios- a la edición impresa.
Pero en ese caso cuál sería el sentido del periodismo. No ciertamente el mismo que ha predominado históricamente. De alguna manera se traslada al navegante, en este caso, la decisión de definir qué es lo sustancial en materia de noticias, una tarea que con imperfecciones el periodismo ha desarrollado bastante eficientemente a lo largo del tiempo.
La comunicación solamente puede establecerse cuando el emisor y el receptor se ponen en contacto. De tal manera que no es posible aproximar a una proyección evolutiva del periodismo sino se considera a los oyentes, televidentes y lectores de medios gráficos y de medios en Internet, los receptores.
El núcleo del debate es la suposición de que el problema central en la decadencia de los diarios es la falta de lectura de las nuevas generaciones. Temen en consecuencia que en tanto desaparezca la vieja ola de lectores de diarios, se acentúe la caída.
La cuestión no termina de resolverse porque ignora otros componentes. Al menos, la merma de lectores es apenas una pequeña parte del problema. El núcleo dominante de la cuestión es que hay evidencias cada vez más contundentes de que a la gente “le interesa cada vez menos estar informada”. Este enfoque nos conduce al hecho de que no solamente los diarios pierden lectores, sino que las radios, oyentes y la TV, pierden su público. Y tampoco van a los medios en Internet.
Recorrer esta hipótesis parece arriesgado, sobre todo porque no está respaldada por estudios que certifiquen una realidad distinta a la que supone vivir en la era de la información.
Pero igualmente es sencillo constatar que se manifiesta en la sociedad un desinterés de naturaleza como el apuntado. Hasta podría decirse que dominan en la sociedad los individuos que nunca leen diarios, ni ven noticieros en TV, visitan las páginas web o escuchan informativos radiales. Y a veces por tiempos prolongados. Lo ignoran todo sobre todos los temas y apenas les ocupan los hechos más inmediatos que ocurren a su alrededor. Y la vida parece continuar.
Esta podría ser una realidad dolorosa para todos quienes desarrollan su actividad, sus negocios, en la “era de la información”, como se le ha dado en llamar a este tiempo contemporáneo.
Si es cierto que una buena parte de las sociedades se ha refugiado en la existencia privada, al margen de las intensas corrientes de información dominantes, la era actual habría que denominarla mejor “de la desinformación”.
Este concepto ha sido expuesto reiteradamente en los últimos años por los estudiosos de la comunicación, pero no se lo ha asociado frontalmente con el abandono de las noticias, o el desinterés por los medios.
La paradoja que se constata entre el máximo desarrollo de los medios de comunicación alcanzado por las sociedades y la consecuente facilitación del acceso a la información, por una parte y una creciente desinformación, por otra, se explica por la abrumadora ola de datos inabarcable en la práctica cotidiana. La revolución de las comunicaciones supone que el individuo contemporáneo está en condiciones de acceder a datos provenientes de múltiples e infinitas fuentes desde el punto de vista de la percepción personal y sobre temas que asumen iguales características.
Incluso el individuo atento e interesado, encuentra que el volumen de datos es desbordante y genera una ansiedad, una angustia, similar a la que se experimenta frente a los miles de volúmenes que alojan las bibliotecas o las librerías modernas.
El conocimiento se torna inaccesible en su totalidad. Hoy en día ni siquiera los periodistas, tradicionalmente los mayores consumidores de información, están en condiciones de manejar de una manera adecuada y provechosa la información disponible. Siempre queda la sensación de que faltó enterarse de algo y que ese algo puede haber sido importante.
Basta un rápido repaso por los medios periodísticos para observar la medida en que se destina un lugar a informaciones extrañas a los intereses cercanos a una sociedad. La distancia geográfica todavía pesa y los medios parecieran no tomar nota de que algunos sucesos en la antípoda del mundo carecen de significación para el lector, televidente, etc., local. A lo más podrán provocar en el receptor un “qué barbaridad”, pero al segundo siguiente lo habrá olvidado. La repetición incesante de informaciones “extrañas” a los intereses más inmediatos insensibiliza y esto no solamente compete a noticias fuera de las fronteras, sino incluso dentro del propio país.
Vale la pena detenerse con algún espíritu crítico sobre las páginas web de los medios, donde salvo algunas excepciones, se bombardea al navegante con una mezcla extravagante de datos que reúnen economía, política, policiales, accidentes, y toda la variedad clasificatoria que se pueda imaginar, en una suerte de cambalache distractivo.
Mientras escribo estas líneas y aprovechándome de las ventajas que proporcionar ahora la tecnología, apelo a una página web argentina con el propósito de ejemplificar. En el ingreso se encuentran estas informaciones:
1-Tiscornia descuenta que será suspendido y aclara no tener "animosidad" contra Garré (Política)
2-Descubren planeta 20 veces más grande que la Tierra (Divulgación)
3-La decisión de las mujeres (Actualidad- Conclusiones de un estudio)
4-Las bolsas de Europa y Asia, estabilizadas por la FED (Economía internacional)
5-Podría cambiar la historia de América como se la conoce (Actualidad-información general)
(Nota: En los apenas tres o cuatro minutos de buscar estas informaciones y “pegarlas” en este texto la página ya cambió su estructura)
Imaginemos por un momento a la persona común que accede a la web. No solamente podrá tomar nota de que la presentación de la información es antojadiza, dominada por un cierto criterio de urgencia o por la sencilla razón de que lo último es lo más importante. También podrá recorrerla sin un clik para acceder a la nota central y podrá conformarse con los copetes, porque éstos no anticipan un contenido interesante.
De las cinco notas, la 3 es de información liviana, casi intrascendente. La 2, se refiere a un planeta gaseoso de otra galaxia (puede ser relevante para los amantes de la astronomía). La 1 refiere a un tema recurrente y la información no altera la cuestión de fondo a la que se refiere (es una obviedad lo que declara el juez). La 4 puede atraer a especialistas bursátiles. De todas, la 5 es la que podría apuntar a un interés más amplio.
Se puede ver que en algún sentido, este ejemplo –que se repite incisamente a cada instante en Internet- revela que se expulsa al lector. Quien tuviera la suficiente capacidad para absorber este literal bombardeo de datos… ¿Estaría informado? O simplemente, apenas tendría noticia imperfecta de miles de hechos provenientes de infinitos orígenes.
Claramente no sería ésa la situación de la mayoría que accede de continuo a Internet. Porque cualquiera puede notar que la aproximación a la información se asocia a las preferencias o a la especialización. El argumento lineal sería entonces: se ofrece todo lo que hay, que cada quien tome lo que prefiera.
La construcción de las páginas web revela una suerte de comodidad, de conformismo con un criterio acumulativo. Al menos en los diarios las noticias están categorizadas en secciones, pero en Internet solamente adquieren esa característica cuando pasan de un día a otro y reflejan –en el caso de los diarios- a la edición impresa.
Pero en ese caso cuál sería el sentido del periodismo. No ciertamente el mismo que ha predominado históricamente. De alguna manera se traslada al navegante, en este caso, la decisión de definir qué es lo sustancial en materia de noticias, una tarea que con imperfecciones el periodismo ha desarrollado bastante eficientemente a lo largo del tiempo.
¿A QUIEN LE IMPORTAN LAS NOTICIAS? 4a.parte
Con la TV es suficiente
Hasta hace unos pocos años y para describirlo de manera sintética, la situación de un individuo frente a la información noticiosa era la siguiente. Se enteraba de los hechos por los avances de la televisión o la radio y al día siguiente completaba el conocimiento con mayor detalle a través de los diarios. Hoy en día el primer paso se mantiene, pero en ambos casos (radio y TV) puede obtener en el día ampliaciones que pueden resultarles suficientes para estar al tanto de una manera razonable que le permita alguna conversación inteligente con otros sobre la cuestión que sea. En todo caso nadie es cuestionado por el conocimiento imperfecto de un hecho.
Pero además, el mismo individuo, más exigente en términos temporales –el que no puede esperar al día siguiente la llegada del diario a su casa- tiene acceso a las versiones on line de los diarios. Es creciente el empleo de este recurso por el uso también más difundido de la web, aunque los diarios suelen ser mezquinos con sus ediciones on line y apenas vuelcan en ellas los datos que son por todos conocidos y se reservan para la edición impresa lo mejor de un trabajo, lo que han desarrollado de manera propia o exclusiva.
Es importante detenerse aquí porque se está en presencia de una situación paradojal. Los diarios se desesperaron en la década pasada por crear versiones de Internet en tiempo real –con dudoso resultado económico- para no quedar fuera de la modernidad que implicaban los avances informáticos y la evidente difusión del uso de las computadoras. Pero hay en estas versiones de Internet, además de una indecisión por los formatos más atractivos, algunas evidencias que reflejan la preocupación por el daño que estos progresos provocan en la estabilidad de las ediciones gráficas. Así, cualquiera puede observar que a lo largo del día las ediciones de Internet proveen información noticiosa resumida y para los temas sobresalientes se reservan el papel. ¿Cuál es el resultado?. La ediciones on line de los diarios solamente son completas e interesantes en tanto reflejan por completo la edición impresa. Y esto sucede también al día siguiente.
Todos conocemos –tal vez nosotros mismos- a quienes trasnochan para abordar los diarios on line en las primeras horas de la madrugada. Son (somos) ni más ni menos que los “no compradores” de los diarios a la mañana siguiente.
Estamos frente a una nueva paradoja: las ediciones en Internet emitidas por los diarios se agregan a la conspiración contra el periodismo gráfico.
Muchos propietarios de medios gráficos observaron esta contradicción y restringieron el acceso a través de la modalidad de pago, esto es suscribir las ediciones en la web, convirtiéndolas en una alternativa a la compra de la versión en papel. (Continúa)
Hasta hace unos pocos años y para describirlo de manera sintética, la situación de un individuo frente a la información noticiosa era la siguiente. Se enteraba de los hechos por los avances de la televisión o la radio y al día siguiente completaba el conocimiento con mayor detalle a través de los diarios. Hoy en día el primer paso se mantiene, pero en ambos casos (radio y TV) puede obtener en el día ampliaciones que pueden resultarles suficientes para estar al tanto de una manera razonable que le permita alguna conversación inteligente con otros sobre la cuestión que sea. En todo caso nadie es cuestionado por el conocimiento imperfecto de un hecho.
Pero además, el mismo individuo, más exigente en términos temporales –el que no puede esperar al día siguiente la llegada del diario a su casa- tiene acceso a las versiones on line de los diarios. Es creciente el empleo de este recurso por el uso también más difundido de la web, aunque los diarios suelen ser mezquinos con sus ediciones on line y apenas vuelcan en ellas los datos que son por todos conocidos y se reservan para la edición impresa lo mejor de un trabajo, lo que han desarrollado de manera propia o exclusiva.
Es importante detenerse aquí porque se está en presencia de una situación paradojal. Los diarios se desesperaron en la década pasada por crear versiones de Internet en tiempo real –con dudoso resultado económico- para no quedar fuera de la modernidad que implicaban los avances informáticos y la evidente difusión del uso de las computadoras. Pero hay en estas versiones de Internet, además de una indecisión por los formatos más atractivos, algunas evidencias que reflejan la preocupación por el daño que estos progresos provocan en la estabilidad de las ediciones gráficas. Así, cualquiera puede observar que a lo largo del día las ediciones de Internet proveen información noticiosa resumida y para los temas sobresalientes se reservan el papel. ¿Cuál es el resultado?. La ediciones on line de los diarios solamente son completas e interesantes en tanto reflejan por completo la edición impresa. Y esto sucede también al día siguiente.
Todos conocemos –tal vez nosotros mismos- a quienes trasnochan para abordar los diarios on line en las primeras horas de la madrugada. Son (somos) ni más ni menos que los “no compradores” de los diarios a la mañana siguiente.
Estamos frente a una nueva paradoja: las ediciones en Internet emitidas por los diarios se agregan a la conspiración contra el periodismo gráfico.
Muchos propietarios de medios gráficos observaron esta contradicción y restringieron el acceso a través de la modalidad de pago, esto es suscribir las ediciones en la web, convirtiéndolas en una alternativa a la compra de la versión en papel. (Continúa)
¿A QUIEN LE IMPORTAN LAS NOTICIAS? 3a.parte
El mundo bloggero
Pero si la televisión socavó el prestigio de los diarios como fuente primordial de información, el periodismo gráfico enfrenta en el siglo XXI algunas derivaciones de la explosión de la tecnología informática que ganan espacio en Internet. A diferencia de los diarios on line, que prácticamente en su totalidad son expresiones cibernéticas de los mismos diarios en su versión gráfica –lo único en esencia que cambia es la modalidad de llegada al lector-, la popularización de las páginas denominadas blogs que se suman por millones, amenazan en convertirse en un futuro que se mide apenas en veinte años –y en opinión de los especialistas en comunicación- en una fuente alternativa y dominante de acceso a la información individual.
En un trabajo anterior (Cómo se construyen las noticias, 2006), respecto de este mismo tema indicaba que cuesta pensar en un mundo de la comunicación donde el hoy lector deberá adoptar el rol activo de consultar infinidad de páginas individuales de Internet para “sentirse” informado y además dispondrá del tiempo para hacerlo.
Subrayaba además que resulta complicado responder ahora acerca de cómo decantará la información o por qué mecanismo se sabrá si el ciudadano (bloguista) devenido periodista estará diciendo la verdad, sujetándose a la neutralidad, escribiendo con rigor, con fuentes probadas y, por ejemplo, con suficiente cruzamiento de información.
Hoy por hoy, como los conocemos, los diarios y los periodistas son los intermediarios más eficientes entre la información y el lector y además pueden brindar la perspectiva, apoyar la interpretación, en definitiva “aportar las claves para comprender”. El último refugio de la palabra escrita.
Es necesario excluir de aquí el intento de los diarios por sumarse a la corriente, creando sus propios espacios para blogs en las ediciones on-line, donde a menudo dominan páginas de periodistas experimentados.
Mi reflexión en este sentido sigue siendo la misma. Sólo contamos con débiles indicios de lo que será el fenómeno de la comunicación en el futuro, aunque la permanente revolución tecnológica nos esté anticipando cambios violentos. Sabemos sí que serán otros los medios, pero avanzar exclusivamente en esa dirección sólo nos conduce a una suerte de malthusianismo de la comunicación, dando por concluidos procesos que sólo en apariencia son irreversibles. Quizás sí haya alguna esperanza para los diarios.
Uno de los argumentos a favor de la proliferación y el rol noticioso que espera a los blogs es que al no estar acotados dentro de los intereses de las empresa periodística podrán maniobrar hacia una suerte de verdad incontaminada. Perdóneseme recordar que el proceso de construcción de la noticia involucra no solamente aquellos intereses empresarios, sino también los personales de los periodistas. La ausencia de frenos editoriales formales extralimita estas posiciones, sobre todo en ausencia de metodologías de la información, como puede ser el caso de los periodistas “espontáneos”. Es sencillo observar esa tendencia visitando los muy no numerosos blogs noticiosos en el universo bloggero. Cuando son válidos en términos informativos y analíticos, se parecen mucho a los artículos formales de los diarios. Por otra parte a menudo están connotados con una suerte de clandestinidad que abre el espacio para el descontrol. Al bloguista nadie lo regula, lo supervisa o controla, por lo tanto sus spots pueden estar teñidos con todas las deformaciones que combate el periodismo formal. (Continúa)
Pero si la televisión socavó el prestigio de los diarios como fuente primordial de información, el periodismo gráfico enfrenta en el siglo XXI algunas derivaciones de la explosión de la tecnología informática que ganan espacio en Internet. A diferencia de los diarios on line, que prácticamente en su totalidad son expresiones cibernéticas de los mismos diarios en su versión gráfica –lo único en esencia que cambia es la modalidad de llegada al lector-, la popularización de las páginas denominadas blogs que se suman por millones, amenazan en convertirse en un futuro que se mide apenas en veinte años –y en opinión de los especialistas en comunicación- en una fuente alternativa y dominante de acceso a la información individual.
En un trabajo anterior (Cómo se construyen las noticias, 2006), respecto de este mismo tema indicaba que cuesta pensar en un mundo de la comunicación donde el hoy lector deberá adoptar el rol activo de consultar infinidad de páginas individuales de Internet para “sentirse” informado y además dispondrá del tiempo para hacerlo.
Subrayaba además que resulta complicado responder ahora acerca de cómo decantará la información o por qué mecanismo se sabrá si el ciudadano (bloguista) devenido periodista estará diciendo la verdad, sujetándose a la neutralidad, escribiendo con rigor, con fuentes probadas y, por ejemplo, con suficiente cruzamiento de información.
Hoy por hoy, como los conocemos, los diarios y los periodistas son los intermediarios más eficientes entre la información y el lector y además pueden brindar la perspectiva, apoyar la interpretación, en definitiva “aportar las claves para comprender”. El último refugio de la palabra escrita.
Es necesario excluir de aquí el intento de los diarios por sumarse a la corriente, creando sus propios espacios para blogs en las ediciones on-line, donde a menudo dominan páginas de periodistas experimentados.
Mi reflexión en este sentido sigue siendo la misma. Sólo contamos con débiles indicios de lo que será el fenómeno de la comunicación en el futuro, aunque la permanente revolución tecnológica nos esté anticipando cambios violentos. Sabemos sí que serán otros los medios, pero avanzar exclusivamente en esa dirección sólo nos conduce a una suerte de malthusianismo de la comunicación, dando por concluidos procesos que sólo en apariencia son irreversibles. Quizás sí haya alguna esperanza para los diarios.
Uno de los argumentos a favor de la proliferación y el rol noticioso que espera a los blogs es que al no estar acotados dentro de los intereses de las empresa periodística podrán maniobrar hacia una suerte de verdad incontaminada. Perdóneseme recordar que el proceso de construcción de la noticia involucra no solamente aquellos intereses empresarios, sino también los personales de los periodistas. La ausencia de frenos editoriales formales extralimita estas posiciones, sobre todo en ausencia de metodologías de la información, como puede ser el caso de los periodistas “espontáneos”. Es sencillo observar esa tendencia visitando los muy no numerosos blogs noticiosos en el universo bloggero. Cuando son válidos en términos informativos y analíticos, se parecen mucho a los artículos formales de los diarios. Por otra parte a menudo están connotados con una suerte de clandestinidad que abre el espacio para el descontrol. Al bloguista nadie lo regula, lo supervisa o controla, por lo tanto sus spots pueden estar teñidos con todas las deformaciones que combate el periodismo formal. (Continúa)
¿A QUIEN LE IMPORTAN LAS NOTICIAS? 2a.parte
Lo que cuenta es la imagen
Es un hecho ampliamente aceptado que la influencia de la televisión fue determinante. La imagen reemplazó al texto, tornando mucho más sencillo el acceso a la información que se convirtió en un camino más breve y entretenido que el de la lectura. Sobre todo en materias que habitualmente ocupan por su impacto la tapa de los diarios. Es de suponer que quienes en el pasado adquirían el diario atraídos por los grandes titulares de las portadas, pero no profundizaban en la lectura de todo o una buena parte del contenido de las ediciones, fueron los primeros en migrar hacia la televisión. Con el tiempo, solamente quedaron fieles los lectores conspicuos que recibían los ejemplares en sus casas. De los que se agregaron con las nuevas generaciones desde los ´70, claramente la mayoría ha optado por ignorar las noticias en papel.
Hay un terreno amplio de discusión sobre la calidad de la información obtenida por uno y otro medio, y es aquí donde comienza a perfilarse un análisis de la posición de cada individuo frente a la información con formato de noticias periodísticas.
Si bien la imagen “le ganó al texto”, la televisión aportó un valor diferencial muy apreciado a partir de la década de los ´90: “el tiempo real”. Las informaciones están mucho más cercanas en el tiempo de ocurrencia, en tanto que los diarios no tienen opción: la información va a aparecer recién al día siguiente del suceso. Con los adelantos técnicos en materia informática y de comunicaciones, esa “inmediatez” de la televisión ganó puntos adicionales. Hoy en día los canales de noticias pueden estar “en vivo” en la ocurrencia de un suceso, exhibiendo protagonistas y testigos de una manera inaccesible a los diarios. Esa capacidad de la TV para trasmitir las vivencias golpea en el televidente de una forma que resulta imposible de replicar por la palabra escrita. Es cierto que los periodistas pueden (o podrían) trasmitir parecidas sensaciones en los artículos de los diarios, pero eso requiere un doble juego entre periodista y lector que a menudo no tiene lugar.
Del periodista gráfico se requiere una capacidad de escritura que salta a la vista no es generalizada y del lector, una postura previa que lo remita a buscar en los textos contenidos que no encontró en las imágenes o en las declaraciones en vivo.
Es necesario entonces reparar en dos situaciones: la noción de que las noticias que publican los diarios son “viejas” en términos de que ya han sido difundidas (mejor o peor) antes de que aparezcan impresas y la noción del reprocesado imperfecto. Lo primero es sencillamente comprensible y respecto de lo segundo, hay que detenerse en que los periodistas gráficos apenas pueden recrear una percepción tan rica como la obtenida directamente de las imágenes.
A pesar de los esfuerzos de los editores de los diarios, las fotografías que se reproducen aportan poco o casi nada al propósito de levantar la información. Desde hace algunos años y como evidente subproducto de ese rezago de la gráfica frente a la televisión, las secciones dedicadas a la fotografía en las redacciones fueron dotadas de o conquistaron mayor jerarquía. Esto significó que pasaron de ser las proveedoras de las ilustraciones de los artículos a convertirse en secciones también editoriales. Aunque se trate de un lugar común el concepto subyacente fue “una imagen vale más que mil palabras”. De ahí que hasta los fotógrafos resistieron tal denominación y surgió la idea del fotoperiodista o el cronista de fotografía. Una corriente un tanto snob en este sentido exageró el significado contextual de la fotografía y si bien es cierto que en algunos sucesos efectivamente supone el enriquecimiento de los textos, es indiscutible que la mayoría de las fotos que aparecen en los diarios carecen de significado más allá de la estética ilustrativa en la construcción visual de las páginas. En todo caso no hay competencia entre una única imagen impresa y la sucesión de imágenes de la TV. La fotografía puede ser importante si se concibe al diario individualmente, pero no en términos relativos con lo que puede ofrecer la TV. Incluso las páginas web, al incorporar las posibilidades que ofrecen las imágenes captadas digitalmente, tomaron ventaja de las ediciones gráficas. En las ediciones on line es posible acceder a fragmentos visuales referidos a las noticias y a menudo reemplazan a los textos.
Para que los diarios en papel reconquistaran ese espacio debería tornarse realidad la fantasía de alguna de las versiones de Harry Potter, cuando mágicamente una imagen impresa cobra vida. La autora de la saga, J.K.Rowling, tal vez sin pensarlo haya señalado un camino a los diarios. Al menos es una posibilidad perfectamente concebible en plena revolución tecnológica.
Son necesarias en este punto algunas salvedades imprescindibles. Los contenidos de los diarios son mucho más amplios en diversidad de sucesos que los noticieros estándar de la TV. En los diarios hay muchísima más información y variada y en este punto es donde obtienen una ventaja relativa. Pero no pueden eludir el hecho de que en los temas que más atraen a la gente (contentémonos por el momento con esta expresión sintética) definitivamente están perdidos.
La irrupción de las noticias en TV y el desarrollo hacia las cadenas que las trasmiten de manera permanente le sustrajeron el gran público de antaño. La manera en como enfrentaron esta realidad –y lo continúan haciendo- fue el énfasis en la profundidad. Es decir, dotar a las noticias de mayores elementos para su comprensión, imposible en general de hacer por las características de la TV, donde predomina el rápido y más superficial abordaje de la información. Pero para que esto diera resultado era necesaria mayor extensión de los textos o su fraccionamiento en una presentación atractiva, porque el supuesto dominante es una creciente menor disposición a la lectura. Los diarios, así, cayeron en una inevitable trampa. En su afán de “parecerse” a la televisión viraron hacia formatos más ágiles, páginas color y menor densidad textual, un hecho que conspiró de alguna manera contra la profundidad anhelada.
Los diarios hoy se debaten en esta encrucijada y desde hace tiempo no encuentran el rumbo adecuado. El permanente deterioro del número de lectores se explica en parte también porque aun con las limitaciones que plantea el medio, la televisión sigue aprovechando sus ventajas comparativas y se dirige en forma creciente a obtener mayor profundidad en el tratamiento de las noticias. Tanto la TV abierta como los sistemas de cable aseguran espacios crecientes donde la noticia da paso al análisis, al debate. En este sentido apuntan a brindar -más allá de los resultados observables-, acceso a un trato más profundo de los temas. Una de las limitantes pareciera ser aquí y en términos comparativos la calidad de los periodistas abocados al ejercicio de esa función.
En las entrevistas gráficas de tono analítico el periodista practica a menudo una suerte de recreación del momento de la entrevista real con el personaje. El propósito es perfilar textualmente la gestualidad y el entorno. En la TV eso no es necesario, pero por el alto grado de exposición que implica siempre hay en el lenguaje de los entrevistados una suerte, por así decirlo, de sinceridad limitada, fingida. Los límites del tiempo televisivo también conspiran contra la calidad de las exposiciones. A menudo son extremadamente sintéticas, sobrevuelan los temas, eludiendo las honduras de manera explícita. “…La complejidad de este tema hace imposible tratarlo en el tiempo disponible…”, suele ser un latiguillo común en los programas de televisión dedicados a la información (noticias o comentarios) como excusa para adentrar en la esencia de cualquier cuestión. Incluso, la frontera temporal suele anteceder a la exposición: “Dispone de dos minutos para explicar...” es una orden habitual en los programas. O la recurrente apelación a la claridad. Claro está, porque al público televisivo se lo supone heterogéneo, con distintos grados de calificación intelectual y por lo tanto con una variada posibilidad de acceso temático.
Sin duda ese corset tan ceñido estrecha un despliegue esclarecedor de la cuestión informativa en televisión. El periodismo gráfico no tendría –históricamente fue así- una limitación tal, pero las modernas exigencias de edición que aspiran a emular a través de la presentación gráfica de los diarios el formato televisivo de rápida aproximación a la información, confabula contra la fortaleza propia del diario: ofrecer mejor tratamiento.
A mediados de los ´90 me tocó ser testigo (y por qué no decirlo) partícipe, de una expresión de ese fenómeno en uno de los más importantes diarios de la Argentina. Se insistía ahí por entonces en que había que escribir “para la gente”. Esto significaba que el lenguaje de los artículos debía ser llano, claro, sin artificios que enlodaran la comprensión. También se hacía hincapié en la elección de los temas: “lo que le interesa a la gente” se decía, propósito un tanto peregrino considerando la ambigüedad conceptual del colectivo “gente”. Debido a esto es que a menudo en ese diario se puede leer que en lugar de aumentar la electricidad, aumenta “la luz” y las cosas no son falsas ni apócrifas, sino “truchas” y las corrientes de cualquier tipo dejaron de ser movimientos para convertirse en “movidas”.(Continúa)
Es un hecho ampliamente aceptado que la influencia de la televisión fue determinante. La imagen reemplazó al texto, tornando mucho más sencillo el acceso a la información que se convirtió en un camino más breve y entretenido que el de la lectura. Sobre todo en materias que habitualmente ocupan por su impacto la tapa de los diarios. Es de suponer que quienes en el pasado adquirían el diario atraídos por los grandes titulares de las portadas, pero no profundizaban en la lectura de todo o una buena parte del contenido de las ediciones, fueron los primeros en migrar hacia la televisión. Con el tiempo, solamente quedaron fieles los lectores conspicuos que recibían los ejemplares en sus casas. De los que se agregaron con las nuevas generaciones desde los ´70, claramente la mayoría ha optado por ignorar las noticias en papel.
Hay un terreno amplio de discusión sobre la calidad de la información obtenida por uno y otro medio, y es aquí donde comienza a perfilarse un análisis de la posición de cada individuo frente a la información con formato de noticias periodísticas.
Si bien la imagen “le ganó al texto”, la televisión aportó un valor diferencial muy apreciado a partir de la década de los ´90: “el tiempo real”. Las informaciones están mucho más cercanas en el tiempo de ocurrencia, en tanto que los diarios no tienen opción: la información va a aparecer recién al día siguiente del suceso. Con los adelantos técnicos en materia informática y de comunicaciones, esa “inmediatez” de la televisión ganó puntos adicionales. Hoy en día los canales de noticias pueden estar “en vivo” en la ocurrencia de un suceso, exhibiendo protagonistas y testigos de una manera inaccesible a los diarios. Esa capacidad de la TV para trasmitir las vivencias golpea en el televidente de una forma que resulta imposible de replicar por la palabra escrita. Es cierto que los periodistas pueden (o podrían) trasmitir parecidas sensaciones en los artículos de los diarios, pero eso requiere un doble juego entre periodista y lector que a menudo no tiene lugar.
Del periodista gráfico se requiere una capacidad de escritura que salta a la vista no es generalizada y del lector, una postura previa que lo remita a buscar en los textos contenidos que no encontró en las imágenes o en las declaraciones en vivo.
Es necesario entonces reparar en dos situaciones: la noción de que las noticias que publican los diarios son “viejas” en términos de que ya han sido difundidas (mejor o peor) antes de que aparezcan impresas y la noción del reprocesado imperfecto. Lo primero es sencillamente comprensible y respecto de lo segundo, hay que detenerse en que los periodistas gráficos apenas pueden recrear una percepción tan rica como la obtenida directamente de las imágenes.
A pesar de los esfuerzos de los editores de los diarios, las fotografías que se reproducen aportan poco o casi nada al propósito de levantar la información. Desde hace algunos años y como evidente subproducto de ese rezago de la gráfica frente a la televisión, las secciones dedicadas a la fotografía en las redacciones fueron dotadas de o conquistaron mayor jerarquía. Esto significó que pasaron de ser las proveedoras de las ilustraciones de los artículos a convertirse en secciones también editoriales. Aunque se trate de un lugar común el concepto subyacente fue “una imagen vale más que mil palabras”. De ahí que hasta los fotógrafos resistieron tal denominación y surgió la idea del fotoperiodista o el cronista de fotografía. Una corriente un tanto snob en este sentido exageró el significado contextual de la fotografía y si bien es cierto que en algunos sucesos efectivamente supone el enriquecimiento de los textos, es indiscutible que la mayoría de las fotos que aparecen en los diarios carecen de significado más allá de la estética ilustrativa en la construcción visual de las páginas. En todo caso no hay competencia entre una única imagen impresa y la sucesión de imágenes de la TV. La fotografía puede ser importante si se concibe al diario individualmente, pero no en términos relativos con lo que puede ofrecer la TV. Incluso las páginas web, al incorporar las posibilidades que ofrecen las imágenes captadas digitalmente, tomaron ventaja de las ediciones gráficas. En las ediciones on line es posible acceder a fragmentos visuales referidos a las noticias y a menudo reemplazan a los textos.
Para que los diarios en papel reconquistaran ese espacio debería tornarse realidad la fantasía de alguna de las versiones de Harry Potter, cuando mágicamente una imagen impresa cobra vida. La autora de la saga, J.K.Rowling, tal vez sin pensarlo haya señalado un camino a los diarios. Al menos es una posibilidad perfectamente concebible en plena revolución tecnológica.
Son necesarias en este punto algunas salvedades imprescindibles. Los contenidos de los diarios son mucho más amplios en diversidad de sucesos que los noticieros estándar de la TV. En los diarios hay muchísima más información y variada y en este punto es donde obtienen una ventaja relativa. Pero no pueden eludir el hecho de que en los temas que más atraen a la gente (contentémonos por el momento con esta expresión sintética) definitivamente están perdidos.
La irrupción de las noticias en TV y el desarrollo hacia las cadenas que las trasmiten de manera permanente le sustrajeron el gran público de antaño. La manera en como enfrentaron esta realidad –y lo continúan haciendo- fue el énfasis en la profundidad. Es decir, dotar a las noticias de mayores elementos para su comprensión, imposible en general de hacer por las características de la TV, donde predomina el rápido y más superficial abordaje de la información. Pero para que esto diera resultado era necesaria mayor extensión de los textos o su fraccionamiento en una presentación atractiva, porque el supuesto dominante es una creciente menor disposición a la lectura. Los diarios, así, cayeron en una inevitable trampa. En su afán de “parecerse” a la televisión viraron hacia formatos más ágiles, páginas color y menor densidad textual, un hecho que conspiró de alguna manera contra la profundidad anhelada.
Los diarios hoy se debaten en esta encrucijada y desde hace tiempo no encuentran el rumbo adecuado. El permanente deterioro del número de lectores se explica en parte también porque aun con las limitaciones que plantea el medio, la televisión sigue aprovechando sus ventajas comparativas y se dirige en forma creciente a obtener mayor profundidad en el tratamiento de las noticias. Tanto la TV abierta como los sistemas de cable aseguran espacios crecientes donde la noticia da paso al análisis, al debate. En este sentido apuntan a brindar -más allá de los resultados observables-, acceso a un trato más profundo de los temas. Una de las limitantes pareciera ser aquí y en términos comparativos la calidad de los periodistas abocados al ejercicio de esa función.
En las entrevistas gráficas de tono analítico el periodista practica a menudo una suerte de recreación del momento de la entrevista real con el personaje. El propósito es perfilar textualmente la gestualidad y el entorno. En la TV eso no es necesario, pero por el alto grado de exposición que implica siempre hay en el lenguaje de los entrevistados una suerte, por así decirlo, de sinceridad limitada, fingida. Los límites del tiempo televisivo también conspiran contra la calidad de las exposiciones. A menudo son extremadamente sintéticas, sobrevuelan los temas, eludiendo las honduras de manera explícita. “…La complejidad de este tema hace imposible tratarlo en el tiempo disponible…”, suele ser un latiguillo común en los programas de televisión dedicados a la información (noticias o comentarios) como excusa para adentrar en la esencia de cualquier cuestión. Incluso, la frontera temporal suele anteceder a la exposición: “Dispone de dos minutos para explicar...” es una orden habitual en los programas. O la recurrente apelación a la claridad. Claro está, porque al público televisivo se lo supone heterogéneo, con distintos grados de calificación intelectual y por lo tanto con una variada posibilidad de acceso temático.
Sin duda ese corset tan ceñido estrecha un despliegue esclarecedor de la cuestión informativa en televisión. El periodismo gráfico no tendría –históricamente fue así- una limitación tal, pero las modernas exigencias de edición que aspiran a emular a través de la presentación gráfica de los diarios el formato televisivo de rápida aproximación a la información, confabula contra la fortaleza propia del diario: ofrecer mejor tratamiento.
A mediados de los ´90 me tocó ser testigo (y por qué no decirlo) partícipe, de una expresión de ese fenómeno en uno de los más importantes diarios de la Argentina. Se insistía ahí por entonces en que había que escribir “para la gente”. Esto significaba que el lenguaje de los artículos debía ser llano, claro, sin artificios que enlodaran la comprensión. También se hacía hincapié en la elección de los temas: “lo que le interesa a la gente” se decía, propósito un tanto peregrino considerando la ambigüedad conceptual del colectivo “gente”. Debido a esto es que a menudo en ese diario se puede leer que en lugar de aumentar la electricidad, aumenta “la luz” y las cosas no son falsas ni apócrifas, sino “truchas” y las corrientes de cualquier tipo dejaron de ser movimientos para convertirse en “movidas”.(Continúa)
¿A QUIEN LE IMPORTAN LAS NOTICIAS? 1a.parte
A fines de 2010 preparé un pequeño ensayo para una cátedra de la carrera de periodismo de la Universidad Austral. Las profesoras que lo habían pedido tuvieron la gentileza de colocarlo en un blog de la materia para "ilustración" de los alumnos. Con ganas, se puede encontrar por ahí. Pero aprovechando este espacio se me ocurrió sumarlo a estos textos de mi autoría. Como es algo extenso va en partes. Esta es la primera.
Mixterix, el rayo vengador
En mi infancia –por los ´50-, se leían dos diarios en la casa paterna de Villa Mitre, un barrio enclavado entre Flores, Paternal y Villa del Parque.
También, al menos un par de veces por semana, llegaban dos o tres revistas, dos de ellas de historietas, sobre las que me abalanzaba regularmente, compitiendo –hasta entonces- con mi única hermana menor. Recuerdo el Pato Donald y Misterix, que llegaba los viernes.
Misterix , un superhéroe que injustamente quedó sepultado en el olvido, vestía de rojo con un arma implacable que consistía en un cinturón de cuya “hebilla” emergía un rayo mortal. El cinturón tenía solamente el propósito de portar la hebilla letal, porque en realidad el atuendo de Misterix no era más que una prenda única ceñida al cuerpo que no requería ser sostenido en la cintura.
Todavía faltaban algunos años para que se popularizara la TV y aunque había noticieros radiales, los diarios eran el principal instrumento para informarse. A excepción de los momentos de los golpes militares, claro…cuando las “breaking news” provenían de Radio Colonia de Uruguay, fuera del control de los militares argentinos; sólo así podía obtenerse noticia de los últimos acontecimientos, en lo más parecido a lo que hoy llamamos el tiempo real.
De manera que a mediados del siglo pasado y con unos pocos años de edad, la visita del diarero que llegaba puerta a puerta, era una ceremonia habitual. Una vez a la mañana para el matutino Clarín y otra vez a la tarde, después de las cinco, para el vespertino La Razón sexta. Porque en casa, en efecto, mi padre aparentemente necesitaba leer los dos diarios para estar al tanto de todo lo que pasaba.
Pero además del reparto casa por casa, los diareros se establecían en las esquinas con el paquete de ejemplares sostenidos por una correa terciada al hombro, tentando a la gente con las noticias de la primera plana. En la esquina de mi casa, el antepecho de la ventana de un bar también servía de reposo transitorio a los ejemplares del diario y de a ratos al diarero. De chico me llamaba la atención el esfuerzo que hacían por mantener en equilibrio una gruesa cantidad de ejemplares que lucían exageradamente pesados, y lo eran, apoyados tan precariamente en esa correa a un lado del cuerpo. Cuando llegaba el cliente, con la mano libre retiraban el ejemplar que mágicamente entregaban doblado.
Esta escena se repetía en todos lados, de tal manera que lo usual era que los hombres –por lo general- caminaran con un diario prolijamente plegado debajo del brazo. Y que el transporte público (subtes y no sólo colectivos, sino además tranvías y trolebuses), fuera una virtual sala de lectura para los pasajeros, estuvieran sentados o viajaran de pie. Muchos años después, un periodista avezado en la profesión sentenció que una nota bien escrita era la que se podía leer “viajando de parado” y padeciendo las incomodidades que supone esa posición, el movimiento, las frenadas, los empujones de la gente que camina por el pasillo, sostenidos del pasamanos y con la rebeldía propia del diario a ser dominado por los dobleces. Que se “podía leer” significaba que estaba bien escrita y era entendible de una sola pasada de lectura.
Pero hace rato las cosas dejaron de ser de esa manera. La costumbre del matutino o el vespertino –o ambos- se fue desvaneciendo y la cantidad de lectores cayó vertiginosamente. Como lo sabe cualquier periodista es una de las principales preocupaciones de los editores de diarios. A lo largo de los últimos veinte años, para asegurar la subsistencia de los diarios los editores han desplegado la imaginación tratando de recuperar sino lectores, al menos compradores. Pero lo cierto es que las ventas siguen cayendo o a duras penas se sostienen.
Para vender algunos cientos de ejemplares adicionales los diarios más poderosos han incorporado toda suerte de potenciales atractivos, como juegos que prometen premios, muchos y algunos suculentos. A veces exhiben pudor de convertirse de procesadores de información en mercachifles e insisten con ofertas complementarias más “serias”. Venden productos culturales. Tanto pueden ser ediciones musicales, colecciones baratas de libros, enciclopedias o diccionarios por entregas u otras opciones más populares, como colecciones de recetas de cocina o herramientas para el manejo de las computadoras. Siempre hay algún recurso del marketing, una variedad para la tentación de los lectores no habituales. La insistencia en estas alternativas adicionadas a las ediciones regulares es una demostración de que dan resultado. Está comprobado que los diarios se venden más cuando incluyen alguna de esas variedades de atracción. Pero cuando terminan, o se agota la avidez del comprador por el nuevo producto, o cunde el desaliento porque nunca se gana nada en algún bingo dominguero, todo retorna al punto inicial.
Pensando todavía en que hay menos compradores porque la gente perdió el sano hábito de entregarse a la lectura cotidiana, o la compra diaria es un lujo para la mayoría de los presupuestos, es que se optó también por reforzar las ediciones de los domingos. Cualquier diario que se precie incluye una revista liviana, y suplementos donde la información no es tratada ya como noticia sino en perspectiva, con mayor extensión, lo que se confunde a veces con mayor profundidad. Los domingos se despliegan también las largas entrevistas y las opiniones de los especialistas sobre los más variados temas. El resultado parece ser que, si bien los domingos se venden más ejemplares que en el resto de la semana, a menudo esas ediciones dominicales son inabordables por su extensión, aun para los que tienen furor por la lectura.
También se ha popularizado la práctica de los diarios gratis. Ahora se reparten noticias como folletos en las estaciones, los quioscos y supermercados. En Buenos Aires, la vieja y prestigiosa La Razón que esperaba por las tardes en mi infancia, y aún mucho después, ahora se apila para que los viajeros la retiren indolentes, con el único destino de tapizar después los pisos de los transportes. Periodistas que pocos leen, apenas sus títulos, o una mirada a las fotos. No mucho más que eso. En una palabra, la muestra palmaria de un inesperado estilo de informarse.
Hay algunas explicaciones para ese proceso que ha transitado el periodismo gráfico –es un hecho que la experiencia de los diarios también alcanzo a las revistas a lo largo de los últimos treinta años-, y que todavía sigue carcomiendo sus posibilidades de subsistencia, tal cual como aún se lo conoce. (Continúa)
Mixterix, el rayo vengador
En mi infancia –por los ´50-, se leían dos diarios en la casa paterna de Villa Mitre, un barrio enclavado entre Flores, Paternal y Villa del Parque.
También, al menos un par de veces por semana, llegaban dos o tres revistas, dos de ellas de historietas, sobre las que me abalanzaba regularmente, compitiendo –hasta entonces- con mi única hermana menor. Recuerdo el Pato Donald y Misterix, que llegaba los viernes.
Misterix , un superhéroe que injustamente quedó sepultado en el olvido, vestía de rojo con un arma implacable que consistía en un cinturón de cuya “hebilla” emergía un rayo mortal. El cinturón tenía solamente el propósito de portar la hebilla letal, porque en realidad el atuendo de Misterix no era más que una prenda única ceñida al cuerpo que no requería ser sostenido en la cintura.
Todavía faltaban algunos años para que se popularizara la TV y aunque había noticieros radiales, los diarios eran el principal instrumento para informarse. A excepción de los momentos de los golpes militares, claro…cuando las “breaking news” provenían de Radio Colonia de Uruguay, fuera del control de los militares argentinos; sólo así podía obtenerse noticia de los últimos acontecimientos, en lo más parecido a lo que hoy llamamos el tiempo real.
De manera que a mediados del siglo pasado y con unos pocos años de edad, la visita del diarero que llegaba puerta a puerta, era una ceremonia habitual. Una vez a la mañana para el matutino Clarín y otra vez a la tarde, después de las cinco, para el vespertino La Razón sexta. Porque en casa, en efecto, mi padre aparentemente necesitaba leer los dos diarios para estar al tanto de todo lo que pasaba.
Pero además del reparto casa por casa, los diareros se establecían en las esquinas con el paquete de ejemplares sostenidos por una correa terciada al hombro, tentando a la gente con las noticias de la primera plana. En la esquina de mi casa, el antepecho de la ventana de un bar también servía de reposo transitorio a los ejemplares del diario y de a ratos al diarero. De chico me llamaba la atención el esfuerzo que hacían por mantener en equilibrio una gruesa cantidad de ejemplares que lucían exageradamente pesados, y lo eran, apoyados tan precariamente en esa correa a un lado del cuerpo. Cuando llegaba el cliente, con la mano libre retiraban el ejemplar que mágicamente entregaban doblado.
Esta escena se repetía en todos lados, de tal manera que lo usual era que los hombres –por lo general- caminaran con un diario prolijamente plegado debajo del brazo. Y que el transporte público (subtes y no sólo colectivos, sino además tranvías y trolebuses), fuera una virtual sala de lectura para los pasajeros, estuvieran sentados o viajaran de pie. Muchos años después, un periodista avezado en la profesión sentenció que una nota bien escrita era la que se podía leer “viajando de parado” y padeciendo las incomodidades que supone esa posición, el movimiento, las frenadas, los empujones de la gente que camina por el pasillo, sostenidos del pasamanos y con la rebeldía propia del diario a ser dominado por los dobleces. Que se “podía leer” significaba que estaba bien escrita y era entendible de una sola pasada de lectura.
Pero hace rato las cosas dejaron de ser de esa manera. La costumbre del matutino o el vespertino –o ambos- se fue desvaneciendo y la cantidad de lectores cayó vertiginosamente. Como lo sabe cualquier periodista es una de las principales preocupaciones de los editores de diarios. A lo largo de los últimos veinte años, para asegurar la subsistencia de los diarios los editores han desplegado la imaginación tratando de recuperar sino lectores, al menos compradores. Pero lo cierto es que las ventas siguen cayendo o a duras penas se sostienen.
Para vender algunos cientos de ejemplares adicionales los diarios más poderosos han incorporado toda suerte de potenciales atractivos, como juegos que prometen premios, muchos y algunos suculentos. A veces exhiben pudor de convertirse de procesadores de información en mercachifles e insisten con ofertas complementarias más “serias”. Venden productos culturales. Tanto pueden ser ediciones musicales, colecciones baratas de libros, enciclopedias o diccionarios por entregas u otras opciones más populares, como colecciones de recetas de cocina o herramientas para el manejo de las computadoras. Siempre hay algún recurso del marketing, una variedad para la tentación de los lectores no habituales. La insistencia en estas alternativas adicionadas a las ediciones regulares es una demostración de que dan resultado. Está comprobado que los diarios se venden más cuando incluyen alguna de esas variedades de atracción. Pero cuando terminan, o se agota la avidez del comprador por el nuevo producto, o cunde el desaliento porque nunca se gana nada en algún bingo dominguero, todo retorna al punto inicial.
Pensando todavía en que hay menos compradores porque la gente perdió el sano hábito de entregarse a la lectura cotidiana, o la compra diaria es un lujo para la mayoría de los presupuestos, es que se optó también por reforzar las ediciones de los domingos. Cualquier diario que se precie incluye una revista liviana, y suplementos donde la información no es tratada ya como noticia sino en perspectiva, con mayor extensión, lo que se confunde a veces con mayor profundidad. Los domingos se despliegan también las largas entrevistas y las opiniones de los especialistas sobre los más variados temas. El resultado parece ser que, si bien los domingos se venden más ejemplares que en el resto de la semana, a menudo esas ediciones dominicales son inabordables por su extensión, aun para los que tienen furor por la lectura.
También se ha popularizado la práctica de los diarios gratis. Ahora se reparten noticias como folletos en las estaciones, los quioscos y supermercados. En Buenos Aires, la vieja y prestigiosa La Razón que esperaba por las tardes en mi infancia, y aún mucho después, ahora se apila para que los viajeros la retiren indolentes, con el único destino de tapizar después los pisos de los transportes. Periodistas que pocos leen, apenas sus títulos, o una mirada a las fotos. No mucho más que eso. En una palabra, la muestra palmaria de un inesperado estilo de informarse.
Hay algunas explicaciones para ese proceso que ha transitado el periodismo gráfico –es un hecho que la experiencia de los diarios también alcanzo a las revistas a lo largo de los últimos treinta años-, y que todavía sigue carcomiendo sus posibilidades de subsistencia, tal cual como aún se lo conoce. (Continúa)
sábado, marzo 19, 2011
“Literales”
Acabo de reparar en una idea que llegó al dedillo para redondearme una explicación de los comentarios que los lectores formulan por Internet. Digo: los comentarios que se cuelgan en las notas periodísticas, a menudo inconsistentes, agresivos, insultantes. En todo caso descartables en su gran mayoría.
La idea es que las anotaciones al pie que se formulan en tales términos, provienen de individuos literales, que son aquellos que en el decurso de un texto no pueden trascender un primer nivel de comprensión, que es el del significado de las palabras o las frases. O sea no alcanzan a los subtextos.
En la actitud de escribir se postulan ideas o razonamientos a menudo para probar alguna hipótesis. Los buenos lectores superan el primer nivel y se quedan con la totalidad del significado textual. Los “literales”, por el contrario, se aferran a expresiones parciales del texto y reaccionan en consecuencia de acuerdo a cada humor particular. Esto último es enteramente otra cuestión destinada a la psiquiatría.
La democratización que proviene de la Internet pop, que da acceso a que cualquiera proporcione acotaciones a un texto publicado, es visto como un notable avance en términos de comunicación. Pero si se rasca un poco esta corteza del eslogan, acaso pueda descubrirse que en realidad es un aporte muy pobre, acaso paupérrimo, para el entendimiento general de cualquier cuestión.
Vamos a quitar aquí necesariamente toda la pléyade de comentarios que parecen surgidos de ejércitos de oficinistas dedicados a denostar a periodistas o escribas más o menos regulares. En suma, de la mala intención. Hay que ajustarse a los cibernautas espontáneos. Y entre éstos el denominador común que pareciera abrirse paso es una suerte de insuficiencia de la comprensión, matizada a menudo con una exposición oscura, de gramática deficiente, que revela también algún infortunio del proceso de pensamiento.
Se me acusaría aquí de una postura elitista. No es cuestión –respondería- de impedirle a nadie que comente lo que se le antoje, en tanto esté abierta esa posibilidad. Sólo se trata de entender el comportamiento del público. Ni siquiera está la pretensión de encontrarnos frente a una verdad absoluta. Tomo nota en este instante, de que esa posible objeción podría ser el comentario de un individuo literal, lo que ilustra acaso mejor lo que intento trasmitir.
A lo largo de estos años he visto cómo impecables periodistas o escritores, que ganaron un espacio por la calidad de su profesionalidad, son objeto de críticas tan despiadadas como infundadas. Una especie de lapidación verbal sólo posible en el relativo anonimato de la Internet. Y debo admitir que no me parece justo ni apropiado que eso suceda. A otros creo que les parece lo mismo. Porque tengo la firme sensación de que en algunos medios se están limitando los espacios para dejar estos “aportes” de los lectores.
Por cierto que no es una posibilidad abierta en este blog. Antes lo era, pero asistí a notables muestras de la estupidez humana. Si alguien cree que no es así, remito a las condiciones protectivas que exponen los medios en los espacios en los que reciben comentarios de lectores.
19-3-2011
La idea es que las anotaciones al pie que se formulan en tales términos, provienen de individuos literales, que son aquellos que en el decurso de un texto no pueden trascender un primer nivel de comprensión, que es el del significado de las palabras o las frases. O sea no alcanzan a los subtextos.
En la actitud de escribir se postulan ideas o razonamientos a menudo para probar alguna hipótesis. Los buenos lectores superan el primer nivel y se quedan con la totalidad del significado textual. Los “literales”, por el contrario, se aferran a expresiones parciales del texto y reaccionan en consecuencia de acuerdo a cada humor particular. Esto último es enteramente otra cuestión destinada a la psiquiatría.
La democratización que proviene de la Internet pop, que da acceso a que cualquiera proporcione acotaciones a un texto publicado, es visto como un notable avance en términos de comunicación. Pero si se rasca un poco esta corteza del eslogan, acaso pueda descubrirse que en realidad es un aporte muy pobre, acaso paupérrimo, para el entendimiento general de cualquier cuestión.
Vamos a quitar aquí necesariamente toda la pléyade de comentarios que parecen surgidos de ejércitos de oficinistas dedicados a denostar a periodistas o escribas más o menos regulares. En suma, de la mala intención. Hay que ajustarse a los cibernautas espontáneos. Y entre éstos el denominador común que pareciera abrirse paso es una suerte de insuficiencia de la comprensión, matizada a menudo con una exposición oscura, de gramática deficiente, que revela también algún infortunio del proceso de pensamiento.
Se me acusaría aquí de una postura elitista. No es cuestión –respondería- de impedirle a nadie que comente lo que se le antoje, en tanto esté abierta esa posibilidad. Sólo se trata de entender el comportamiento del público. Ni siquiera está la pretensión de encontrarnos frente a una verdad absoluta. Tomo nota en este instante, de que esa posible objeción podría ser el comentario de un individuo literal, lo que ilustra acaso mejor lo que intento trasmitir.
A lo largo de estos años he visto cómo impecables periodistas o escritores, que ganaron un espacio por la calidad de su profesionalidad, son objeto de críticas tan despiadadas como infundadas. Una especie de lapidación verbal sólo posible en el relativo anonimato de la Internet. Y debo admitir que no me parece justo ni apropiado que eso suceda. A otros creo que les parece lo mismo. Porque tengo la firme sensación de que en algunos medios se están limitando los espacios para dejar estos “aportes” de los lectores.
Por cierto que no es una posibilidad abierta en este blog. Antes lo era, pero asistí a notables muestras de la estupidez humana. Si alguien cree que no es así, remito a las condiciones protectivas que exponen los medios en los espacios en los que reciben comentarios de lectores.
19-3-2011
viernes, marzo 18, 2011
El cono de silencio
Apenas una semana desde que se desató la tragedia en Japón. Pero a partir del tercer día de la catástrofe, una buena parte de los gobiernos del mundo puso las barbas en remojo en relación con las centrales eléctricas de energía nuclear. Se pusieron a revisar con urgencia las condiciones de seguridad de sus centrales y en el caso de Alemania algunas salieron de servicio, mientras en todos lados se amplía la discusión sobre si se les extenderá la concesión para seguir operando. En Chile, donde se pensaba en un programa nuclear hay un replanteo en ciernes y en Venezuela, Chávez ya anunció que postergará la decisión de construir centrales nucleares por un acuerdo que tenía celebrado con Rusia.
Para aliviar un poco la tensión...Hasta el Sr. Burns le encargó a Homero Simpson que chequeara la seguridad de la central de Springfield.
El caso es que con lo que se observa en Japón, es difícil sostener una defensa a ultranza de la energía nuclear y los “locos” de Green Peace no lo eran tanto, después de todo.
Como sea, hay en todo ese cúmulo de decisiones que se están adoptando – y por qué no de declaraciones-, una sugestiva ausencia de las autoridades de la Argentina, que se mueven inevitablemente muy atrás de los acontecimientos.
Pongámoslo de otro modo. No ha habido ni una palabra oficial sobre Atucha y lo que es peor el más mínimo cuestionamiento sobre ese cono de silencio en que quedó la cuestión nuclear en el país.
Cuál sería la razón de que entre todos los especialistas en la materia que ha invitado a opinar la televisión nacional, no se haya observado la presencia de ningún científico de la CNEA. Como periodista puedo afirmar que sin ningún lugar a dudas, si necesitara el concurso de un especialista nuclear, el primer sitio al que recurriría sería la Comisión. No hay razón para que el resto de los colegas no hubieran hecho lo mismo. ¿Acaso les han impuesto silencio? A los técnicos nucleares…digo.
La energía nuclear es una materia sensible para el gobierno actual. En rigor un tremendo intríngulis. La inauguración de Atucha II es el gran acontecimiento que se ha estado postergando después de que Néstor Kirchner reactivara el proyecto y se prometiera la puesta en marcha para 2010. Pero Atucha tiene problemas de diseño –dicen- y es creíble porque el proyecto tiene unos treinta años y al parecer, actualizarlo a un nivel de seguridad como el que se requiere ahora no sería en verdad un acierto desde el punto de vista económico.
De aparecer en público, los funcionarios argentinos y los científicos deberían dar respuesta a dos interrogantes centrales: ¿ cumplen las normas de seguridad Atucha I y Embalse y lo haría eventualmente Atucha II ?.
En estos días, en el mundo, todas las incógnitas sobre las centrales nucleares se han hecho públicas y se discuten en los parlamentos. En la Argentina se ha preferido esquivar el debate. Muchos de los autoproclamados progresistas deberían estar fastidiados con este denso silencio oficial.
En este contexto, no es posible eludir cómo se manifiesta – o mejor cómo no lo hace- la cuestión nuclear en Bariloche. Porque no se trata de cualquier ciudad, sino de una donde opera un reactor que, aunque no sea destinado a la generación eléctrica es un reactor al fin y al cabo. Es posible que personalmente haya estado distraído en estos días, pero no observé informaciones periodísticas de los medios locales sobre esta cuestión. Tampoco los buscadores de esas páginas arrojaron menciones sobre el tema, a excepción de un par de atinadas cartas de lectores. En todo caso no surgió como un tópico interesante para la prensa. Considerando además que la empresa tecnológica rionegrina Invap es una desarrolladora de tecnología nuclear que vende internacionalmente, no se explica cómo no se ha disparado el alerta sobre el futuro de su negocio en esa área.
En suma que Bariloche – con el detalle de su reactor apuntado antes- está inmersa en esta suerte de negación de la realidad, como si ésta pudiera en verdad taparse por demasiado tiempo. Se me ha ocurrido la posible existencia de un compromiso espontáneo de ocultación. Quizás para no generar alarmas o acaso lesionar la corriente turística. Algo así como…”sería mejor que no tocáramos del tema”. Lo que queda claro es que tampoco los funcionarios y legisladores locales han expresado públicamente alguna preocupación y esto es delicado porque la gente común a la que representan sí está comenzando a interrogarse.
Tal vez sea hora de que reaccionen.
Raúl Clauso
Para aliviar un poco la tensión...Hasta el Sr. Burns le encargó a Homero Simpson que chequeara la seguridad de la central de Springfield.
El caso es que con lo que se observa en Japón, es difícil sostener una defensa a ultranza de la energía nuclear y los “locos” de Green Peace no lo eran tanto, después de todo.
Como sea, hay en todo ese cúmulo de decisiones que se están adoptando – y por qué no de declaraciones-, una sugestiva ausencia de las autoridades de la Argentina, que se mueven inevitablemente muy atrás de los acontecimientos.
Pongámoslo de otro modo. No ha habido ni una palabra oficial sobre Atucha y lo que es peor el más mínimo cuestionamiento sobre ese cono de silencio en que quedó la cuestión nuclear en el país.
Cuál sería la razón de que entre todos los especialistas en la materia que ha invitado a opinar la televisión nacional, no se haya observado la presencia de ningún científico de la CNEA. Como periodista puedo afirmar que sin ningún lugar a dudas, si necesitara el concurso de un especialista nuclear, el primer sitio al que recurriría sería la Comisión. No hay razón para que el resto de los colegas no hubieran hecho lo mismo. ¿Acaso les han impuesto silencio? A los técnicos nucleares…digo.
La energía nuclear es una materia sensible para el gobierno actual. En rigor un tremendo intríngulis. La inauguración de Atucha II es el gran acontecimiento que se ha estado postergando después de que Néstor Kirchner reactivara el proyecto y se prometiera la puesta en marcha para 2010. Pero Atucha tiene problemas de diseño –dicen- y es creíble porque el proyecto tiene unos treinta años y al parecer, actualizarlo a un nivel de seguridad como el que se requiere ahora no sería en verdad un acierto desde el punto de vista económico.
De aparecer en público, los funcionarios argentinos y los científicos deberían dar respuesta a dos interrogantes centrales: ¿ cumplen las normas de seguridad Atucha I y Embalse y lo haría eventualmente Atucha II ?.
En estos días, en el mundo, todas las incógnitas sobre las centrales nucleares se han hecho públicas y se discuten en los parlamentos. En la Argentina se ha preferido esquivar el debate. Muchos de los autoproclamados progresistas deberían estar fastidiados con este denso silencio oficial.
En este contexto, no es posible eludir cómo se manifiesta – o mejor cómo no lo hace- la cuestión nuclear en Bariloche. Porque no se trata de cualquier ciudad, sino de una donde opera un reactor que, aunque no sea destinado a la generación eléctrica es un reactor al fin y al cabo. Es posible que personalmente haya estado distraído en estos días, pero no observé informaciones periodísticas de los medios locales sobre esta cuestión. Tampoco los buscadores de esas páginas arrojaron menciones sobre el tema, a excepción de un par de atinadas cartas de lectores. En todo caso no surgió como un tópico interesante para la prensa. Considerando además que la empresa tecnológica rionegrina Invap es una desarrolladora de tecnología nuclear que vende internacionalmente, no se explica cómo no se ha disparado el alerta sobre el futuro de su negocio en esa área.
En suma que Bariloche – con el detalle de su reactor apuntado antes- está inmersa en esta suerte de negación de la realidad, como si ésta pudiera en verdad taparse por demasiado tiempo. Se me ha ocurrido la posible existencia de un compromiso espontáneo de ocultación. Quizás para no generar alarmas o acaso lesionar la corriente turística. Algo así como…”sería mejor que no tocáramos del tema”. Lo que queda claro es que tampoco los funcionarios y legisladores locales han expresado públicamente alguna preocupación y esto es delicado porque la gente común a la que representan sí está comenzando a interrogarse.
Tal vez sea hora de que reaccionen.
Raúl Clauso
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