domingo, octubre 14, 2007

Eliminemos el 12 de octubre

Una antigua conocida me comentaba hace muchos años su intención de realizar un largo viaje por Europa. En su lista de países faltaba Francia, circunstancia que le hice notar. Muy suelta me contestó que no iba a ir a Francia. La razón era que “no le gustaba su historia”. Al parecer tenía alguna cuestión irresuelta con Napoleón o Luis XV. Vaya a saber. Es como no visitar Roma porque a uno le desagrada el libertinaje del emperador Tiberio.
La bizarra perspectiva que exhibía la viajera tiene muchos puntos de contacto con la de los que reniegan de la celebración del 12 de octubre. La crítica sobre la brutalidad de la conquista y la colonización españolas de América –sobre la que reposa el rechazo- no es ciertamente nueva, pero en los últimos años ha ganado innumerables adeptos, al punto que creo que sería una buena medida eliminar tal fecha, solamente para no escuchar cada octubre la cantidad de estupideces que son proclamadas con solemnidad.
Todas las conquistas –infinitas deben ser- que registra la historia contienen un grado en general alto de brutalidad. La invasión y el exterminio era la forma en como los seres humanos satisfacían sus deseos de expansión en el pasado. Lo que podríamos llamar civilización, entendiéndola como el empleo de métodos de colonización económica no abiertamente violentos, es un fenómeno más moderno. Igualmente, con estar medianamente al tanto de cómo están las cosas en el mundo, se puede ver que los antiguos métodos permanecen vigentes.
Las civilizaciones preexistentes en América antes de la llegada de los españoles también mostraban características brutales y expresiones de expansión que culminaban en el exterminio. Fueron sometidas por el español porque se encontraron frente a la adversidad de una desventaja en el armamento y posiblemente en el arte de la guerra. Téngase en cuenta que hay episodios en los que los aborígenes provocaron estragos entre los onquistadores estando en superioridad numérica.
No podremos saberlo con certeza, pero acaso hubiera sido mejor que el encuentro de civilizaciones se llevara a cabo al amparo de las proclamas de amor y paz de los sesenta. Pero no fue así, y los que estamos hoy aquí somos todos en alguna medida herederos de esa colonización.
Es difícil estar enojado con la historia. Todo lo que se puede hacer con ella es aprender.
Como se dice…no repetir errores.
Pero en la Argentina se ha instalado en muchos la peregrina idea de torcer el sino de la historia. Se plantea una suerte de retorno al pasado, como si fuera posible rebobinar los últimos 500 años. Hay en esos grupos de proclama gente de la izquierda misturada con aborígenes, que ahora se denominan pueblos originarios. Y es curioso el caso de los “mapuches” el grupo étnico sobreviviente más numeroso en la Argentina y Chile. Son casi exclusivamente los más estruendosos en sus reclamos por haber sido privados de sus tierras en lo que se denominó a fines del siglo XIX la Conquista del Desierto. Fue una campaña militar que extendió las fronteras agropecuarias de la Argentina, que se afirmaba como productor de alimentos, pero también se propuso consolidar el dominio argentino en la Patagonia, abriendo el paso a nuevos asentamientos poblacionales.
Por supuesto que hay evidencia histórica de ese proceso sobre el que claman los mapuches. Pero también, e indudable, de que los mapuches en su propósito de expansión desde su originario territorio en Chile, cruzaron la cordillera de Los Andes y exterminaron a los “tehuelches”, el verdadero pueblo originario de la región. Claro, se ocuparon de que no quedaran tehuelches vivos para reclamar por la brutalidad histórica. Esa parte de los sucesos no la quieren reconocer.
Es difícil imaginar cuál habría sido el camino histórico de estas latitudes, de no haber sido por la presencia de la colonización europea, más allá de su condición brutal, porque negarla hoy es negarse a sí mismo.
En los tiempos que corren es impolítico señalarlo, pero es muy importante considerar que los aborígenes al sur del Perú distaron de haber alcanzado un grado de desarrollo en las sociedades equiparable al de los aztecas o los incas. Eran básicamente pueblos casi nómades de los que prácticamente no quedaron señales de su existencia, más que las crónicas de época. Ninguna ruina, ningún testimonio monumental. Apenas unas pocas manos impresas en la roca de las cuevas.