viernes, octubre 12, 2007

La provocación, como método

Un puñado de manifestantes, desarrapados, enarbolando pancartas, circuló un día de esta semana en pleno horario de bancos por la denominada “city” de Buenos Aires, un sector céntrico de la ciudad donde se concentran las entidades financieras.
En su recorrido se plantaban frente a los principales bancos y ahí batían consignas; la principal pidiendo que los bancos redujeran las tasas de interés de los préstamos.
Curiosa solicitud para individuos -se podía suponer observándoles- tienen nulo contacto con el mercado financiero. Esta apreciación puede parecer cruel o discriminatoria al lector inadvertido, así como el calificativo de desarrapados, pero en este caso hay que tener en cuenta que la propia Evita había definido a los seguidores de Perón que concurrían a Plaza de Mayo como “descamisados”, sinónimo eufemístico, pero indudable, de andrajoso.
El caso es que hubiera sido más razonable que un pedido de tal tipo fuera realizado por individuos que desarrollan alguna actividad económica necesitada de crédito, o por consumidores clamando por préstamos más baratos para consumos esenciales. ¿Pero pedir así, en general, una baja de la tasa de interés? No resiste análisis¸ carece de toda lógica.
La cuestión es que cuando al presidente que nos ha tocado se le cruza algo por la cabeza, se empeña en alguna medida, o necesita generar una situación falsamente crítica, recurre al sencillo expediente de mandar fuerzas de choque a la calle, que anticipan alguna forma de declaraciones o de medidas. Algo así como que es necesario hacerlo porque el pueblo clama.
Esta vez no fue una excepción. Tras esa caminata de manifestantes a tanto por marcha, el presidente ha salido junto a su ministro de Economía –como figura apenas decorativa- a extorsionar a los bancos públicamente y ante sus seguidores ha empleado ese tono detestable de argentino “canchero” que nos ha granjeado la inquina del mundo. “Tienen mucha platita guardada”, dijo y amenazó con medidas sancionatorias que ni siquiera deben existir, porque su ministro hizo mutis por el foro, haciendo honor a la cara de nada que lo caracteriza. (Un amigo diría que pareciera tener una media de mujer cubriéndole el rostro).
La cuestión es que este presidente cuya popularidad pasó del 70% hace un par de años, a 45% en estos días según unas encuestas, ha recurrido a ese mecanismo de movilizar “piqueteros” por el sándwich y la Coca Cola hasta el hartazgo durante estos últimos cuatro años, siendo el principal responsable de generar una situación de incomodidad –cuando no de violencia explícita- para el resto de la ciudadanía. ¡Qué jefe de estado se dedica a gobernar de tal manera! ¿Cuál es su grado intelectual que requiere apelar al mecanismo permanente de la provocación para “dirigir” el país?
En un mundo donde la tendencia civilizada es al diálogo y no al enfrentamiento descalificador, Kirchner abusó con la creación de conflictos, en lugar de arrimarse al universo de las ideas. Nadie encontrará jamás referencia alguna en este presidente que lleve a entrever una dimensión aunque sea mínima de pensamiento, una concepción determinada. Por eso, en estos últimos cuatro años, never, nunca, jamás se atrevió a confrontar.
Dirán entonces ¡qué suerte que en dos meses termina su mandato! Sí que suerte, pero ahora, se viene Cristina, si es que como todo el mundo cree, se cumple la profecía y es elegida presidente. Y ella ¿cómo es?. EXACTAMENTE IGUAL. Tal vez sea cosa de creerle a la visión popular que dice que los consortes se parecen después de varios años de convivencia. Oratoria de consignas, descalificaciones, provocaciones, ningún contenido. Cualquiera puede verlo ahora. Acaba de publicar un libro con la complicidad de Planeta (que ciertamente ha bajado su target) que reúne sus innumerables discursos a lo largo de 500 páginas, aunque tratándose de la dinastía de los Kirchner, no sería extraña la presencia de falsificaciones.
Nadie lo leerá en ningún lado, porque si algo ha logrado este matrimonio es amedrentar a la mayoría de los medios y los sectores dirigentes de la sociedad. Pero la cuestión es que en la intimidad, donde nadie escucha, se aventuran horas difíciles para la Argentina.