lunes, octubre 08, 2007

La revolución del tomate

Para los ciudadanos independientes, que no están atados a banderías políticas o ideológicas, las elecciones y un nuevo gobierno, suponen la esperanza de un cambio en las condiciones de vida. El individuo común abraza con cada elección una nueva causa que le promete resolver los problemas más acuciantes de su existencia cotidiana.
Claro que estas aspiraciones tienen límites que les plantea el escepticismo. Porque la sucesión de fracasos con cada gobierno a través de los años, la irrealidad de las promesas formuladas, cuando no el agravamiento de los problemas, conduce de manera inevitable a la incredulidad. En la Argentina votar o no, puede dar lo mismo, en tanto los gobiernos han desvirtuado sus mandatos, volcándose hacia adentro y alejándose de la sociedad, y en especial de sus votantes.
Los analistas explican en estas horas una suerte de atonía ciudadana por la inmediatez del proceso eleccionario que se avecina en apenas veinte días. En general la justificación es el hecho de que las inevitables encuestas dan por amplio margen ganadora en primera vuelta a la candidata oficial, Cristina Kirchner, que se vale de los recursos del aparato del Estado para su campaña proselitista. La mujer ha elegido presentarse como si ya hubiera sido electa, ante la crucial evidencia de que la oposición se ha fragmentado sin lograr constituir un bloque temible para el oficialismo.
Si esos pronósticos no fallan, entonces tendremos otros cuatro años de la dinastía Kirchner que en su propias proclamas se considera el factótum de una revolución fundacional –otra más- en la sociedad.
El kirchnerismo en la persona del presidente, su esposa y otros personeros, no solamente desprecia las ideas de otros sectores y de la oposición, sino que también desprecia la realidad y apela a la negación y la mentira sistemática para desvirtuarla.
Y esa realidad está mostrando que los logros del gobierno que culmina son extremadamente magros. El presidente cedería entonces el mando a su consorte sin haber resuelto los mayores problemas que aquejan a la sociedad en el día a día. Y peor aun, incorporando distorsiones que podían suponerse superadas en el país o en camino de ser encaminadas hacia una resolución definitiva.
La Argentina está sumida en una extrema violencia, no política, sino cotidiana, desconocida hasta hace unos años. El delito pretende ser ignorado pero domina las páginas informativas, por momentos cruentos, terribles.
Aunque lo niegue, el gobierno de Kirchner ha deshilachado la calidad institucional del país, en lugar de fortalecer los resortes de funcionamiento de la democracia. Al punto que hoy hasta tienen sentido las críticas de políticos que en el pasado exhibieron poco o ningún apego a la legalidad. Son menos malos que Kirchner y su entorno.
Ha mostrado sí este gobierno cifras importantes de aumento de la actividad económica, tal vez impar, pero en el contexto de una situación de crecimiento económico internacional que le resultó favorable y apoyado básicamente en la demanda, lo que ha generado en la base de la economía, ante la evidencia de una inversión deficiente, presiones inflacionarias que hoy han vuelto a emerger y de las que no se tenía vestigios desde 1991. La candidata ha dicho hoy ante empresarios que “son más que aceptables en el proceso de crecimiento”. Claro está: exhibir aunque fuera una mínima preocupación sería un demérito para la gestión, que además de la negación –como ya he dicho en otros post- ha apelado al simple expediente de impulsar la falsificación de los índices de inflación, lo que no solamente degrada a esas estadísticas en términos de su empleo profesional para las proyecciones económicas, sino que además pone en terreno más que dudoso otros índices asociados, como la disminución de la pobreza que agita el gobierno o el monto básico que requiere cubrir las necesidades mínimas de las familias.
Hoy ha comenzado a tener lugar un hecho inédito en el país de los alimentos. Las organizaciones de defensa del consumidor han impulsado un boicot de cinco días a la compra de tomates y algunas hortalizas que alcanzaron precios exorbitantes. Puede parecer un hecho menor, pero el disgusto ciudadano adopta a veces caminos misteriosos.
En Economía a veces es necesario dejar de lado las grandes cifras y mirar en chiquito, para tener una apreciación ajustada de la validez de las políticas oficiales. Todos conocen los zapallos calabaza. Doy fe que los comerciantes comenzaron a venderlos por mitades para tornarlos accesibles a los bolsillos y ya lo están haciendo por cuartos. Es un ejemplo apenas, entre tantos. El punto es que hay un nivel de pobreza estadístico y hay otro cotidiano, concreto, real que aquél nunca refleja.
De nuevo entonces, si las encuestas van a reflejar la realidad de la elección, tendremos por delante otros cuatro años de dinastía en manos de una candidata que gasta los recursos oficiales, de todos, en lujosos hoteles del mundo, sin apenas hacerse cargo de los problemas que en mayor medida acucian –paradójicamente- a quienes le depositarán el voto.