miércoles, octubre 17, 2007

Gatopardismo bancario

Pasé gran parte de mi vida trabajando entre banqueros y para entenderlos, más que conocer de economía hay que conocer su idiosincrasia. Y en ella destacan algunos ejes centrales que vale la pena tener en cuenta:
Jamás los banqueros van a enfrentar al poder político de turno, cualquiera sea el signo de que se trate.
Son endebles y temerosos ante las amenazas políticas. Apenas se producen corren a reunirse para definir estrategias.
Protegen por sobre todas las cosas la subsistencia de sus bancos. La cuestión del servicio que prestan es secundaria, como así también la función social o económica del crédito que deben conceder.
Son los mejores exponentes del gatopardismo. Ante presiones del poder modifican algunas cosas para que todo quede igual. Apuestan siempre al olvido o buscan atajos para no exhibirse como responsables del fracaso de alguna medida.
Cuando los sistemas financieros están en expansión se debe exclusivamente a que todas las condiciones son favorables.
En caso de inestabilidad trasladan los costos a sus clientes. Esto se hace abriendo la brecha entre los intereses que pagan por los depósitos y los que cobran por los préstamos.

En este marco es donde debe inscribirse el anuncio formulado hoy por los banqueros de poner en práctica medidas para reducir la tasa de interés y aumentar el nivel de créditos en el país, tal como hace pocos días les pidió el presidente Kirchner con amenazas de medidas que los iban a perjudicar y luego replanteó con más calma la candidata Cristina (ver post La provocación como método, del 13 de octubre).
No habían pasado 24 horas de la intimidación presidencial –que fue hecha no en reuniones con banqueros, sino en un discurso ante simpatizantes que reprodujeron los medios-, que los gerentes de los bancos ya estaban reunidos tratando de pergeñar algunas estrategias para satisfacer la demanda del pequeño dictador.
Otras 24 horas y se encontraron con el presidente, prometiendo el oro y el moro para quienes deseen créditos. Incluso dieron cifras de lo que van a costar los créditos.

Nadie puede seriamente creer que la acción oficial para bajar las tasas de interés responde a otra cosa que una necesidad electoral. Hoy todos los candidatos de la oposición se encargaron de señalarlo y algunos hasta arriesgaron que el gobierno está temiendo que su tan pregonado triunfo en primera vuelta está bajo amenaza.

¿Habrá una baja de tasas de interés? La respuesta es que es posible, pero será solamente de pizarras. Es decir, figurarán como formales en la práctica pero no se trasladarán masivamente a los tomadores potenciales de crédito. Esto es así básicamente por las siguientes cosas:

La antesala de las elecciones es el peor momento para que los banqueros tomen decisiones de incrementar el riesgo crediticio con medidas como la apuntada. Creen que va a ganar Cristina, pero no lo saben a ciencia cierta y las encuestas ya no parecen tan contundentes.
Además el alto nivel que alcanzaron las tasas de interés reflejan la crisis hipotecaria que se desató en los Estados Unidos y las precauciones del Banco Central para no inyectar fondos en el mercado, teñido ya de una incipiente inflación.

Además, y respondiendo a la idiosincrasia aludida, los banqueros tan rápidos de reflejos para satisfacer al presidente, encontrarán atajos para poner escollos a las empresas y particulares que pidan crédito. Esas empresas son las denominadas pequeñas y medianas (Pymes) que tradicionalmente tienen los mayores problemas para encuadrar en los requisitos que piden los bancos para dar asistencia financiera. Ni qué hablar de los particulares. Innumerables trámites que se bloquean cuando se les comunica que la tasa no es fija sino flotante, lo que significa que puede aumentar en cualquier momento.

Algo de crédito adicional podrá haber. Pero solamente provendrá de la “crema” que le quiten los bancos a su prevención por el riesgo. O sea, los puntos de interés de más que agregaron entre tasas de depósitos y tasas de préstamos, para cubrir riesgos.

En agosto de 2006, el gobierno también lanzó un más que ambicioso proyecto de préstamos hipotecarios en el que comprometió a los bancos (en realidad el gobierno no cumplía ningún rol más que el anuncio). El plan tenía demasiados puntos débiles y como era de esperar, fracasó. Aunque hoy mismo los banqueros estén intentando convencer a la sociedad –siempre dentro de sus obedientes esquemas con el poder político- de que se trató de un éxito. Las estadísticas dicen lo contrario.