Néstor Kirchner, el presidente argentino, termina su período el 10 de diciembre próximo. A lo largo de los más de cuatro años de su mandato nunca jamás accedió a una conferencia de prensa. Que recuerde, hubo dos entrevistas con periodistas de un mismo diario (Clarín), que acomodó sus enfoques editoriales, en el difícil equilibrio de no exhibirse demasiado oficialista y a la vez no mostrarse exageradamente crítico.
El manejo discrecional de los fondos destinados a la publicidad de los actos de gobierno –castigando a los medios opositores y beneficiando a los proclives y aun intrascendentes en términos de tirada-; la reticencia manifiesta de los funcionarios de gobierno a conceder entrevistas a medios opositores y esa característica de Kirchner de no prestarse a las preguntas francas de los periodistas, redondearon en este tiempo un panorama desalentador para la prensa argentina.
Esa tónica respecto de los medios no oficialistas revela una modalidad autoritaria, el trasfondo escasamente democrático de un gobierno que no se siente obligado a dar explicaciones a la sociedad y que suplantó la discusión legislativa por el recurso habitual del dictado de decretos (de necesidad y urgencia) habilitados exclusivamente para casos excepcionales.
Kirchner no solamente no convocó nunca al periodismo a una discusión abierta y sin restricciones, sino que desde el púlpito desde el cual pontifica frente a sus inevitables adherentes, ha fustigado con dureza a los periodistas que se atrevieron algunas veces a expresar críticas y objeciones a los actos de gobierno. Y cuando esto ha sucedido, sus operadores políticos han reconvenido duramente a los medios.
El escenario posterior a diciembre no se presenta mejor. Su esposa Cristina, candidata ahora para la próxima elección de octubre y que se comporta como la reina heredera de un trono, no da muestras de tender a un cambio en ese sentido. Muy por el contrario. En sus viajes al exterior ha prohibido expresamente que los periodistas argentinos ingresaran a las conferencias de prensa, restringiéndolas a los extranjeros. Sucedió en España, en Francia y ahora en la visita que realizan a Nueva York. Por supuesto, tampoco mantiene encuentros con periodistas en su propio país.
En algún nivel, no tener contacto con la prensa, puede ser interpretado como una decisión respetable. Pero en el caso de los funcionarios públicos, o de los políticos en una campaña previa a la elección, es (o debiera ser) una exigencia ineludible. Podemos presumirlo, pero los argentinos carecemos de indicios a un mes de los comicios de cuáles son las propuestas de quien el gobierno ya erige como segura triunfante. Deberemos conformarnos con las generalidades de su verborragia sin contenido. Ni siquiera promesas respecto de los serios problemas económicos y sociales que aquejan al país. Sus votos serán difíciles de explicar.