Una reciente encuesta que es publicada hoy en los medios argentinos, nos ha desayunado con una curiosa conclusión: que muchos adolescentes no usan métodos anticonceptivos durante sus relaciones sexuales, por temor a ser calificados de sexópatas –en el caso de los varones- o de “chicas fáciles”, cuando se trata de las damas.
Los argumentos esgrimidos no tienen desperdicio. Los varones suponen que comprar muchos preservativos equivale a que sean tildados de sexópatas (¿?) y las chicas se fijan en “el que dirán”. Suponen que “si se cuidan” van a decir de ellas que son “chicas fáciles”.
La reflexión más obvia a la que se apeló es que los jóvenes entre otras cosas adolecen de suficiente educación sexual. Pero el tenor de las respuestas a esa encuesta estaría señalando algo más general y sencillamente constatable: los jóvenes adolecen de educación, así, en forma amplia, circunstancia que, si la compulsa está en verdad reflejando un comportamiento general en la juventud, demuestra una notable incapacidad de reflexión o de elaboración intelectual.
Porque no hay que olvidar que aun cuando la educación sexual es una cuestión en permanente discusión con favorecedores y detractores, hace ya bastantes años que los medios de comunicación vienen alertando hasta el hartazgo sobre embarazos no deseados o los peligros sobre la salud.
Para efectuar una comparación que creo pertinente, sucede como con la epidemia de los accidentes de tránsito, padecimiento que comparten por igual España y la Argentina. Todo el mundo está al tanto de que conducir habiendo bebido alcohol disminuye los reflejos y es la principal causa de los accidentes. Pero parece inevitable: los muertos y heridos se multiplican a pesar de las campañas de difusión y esto alcanza a todos los estatus sociales. Pura estupidez.
Pero el tema del sexo responsable pareciera tener otras connotaciones. Los parámetros de comportamiento sexual han indudablemente cambiado y la iniciación es ahora mucho más temprana que en el pasado. Sin embargo a estar de las respuestas aludidas antes, hay indicios de que las prácticas sexuales siguen teñidas de los mismos sentimientos de culpa, del contenido pecaminoso, y la liberalidad en ese sentido que a veces observamos, se limitaría a casos especiales.
Cualquiera que tenga un cierto contacto frecuente con los jóvenes notará que los paradigmas de identificación moral no se han alterado demasiado respecto de lo que han sido en el pasado. Un aspecto si se quiere ejemplificador es la evidencia de que a las jóvenes que se suponen con frecuentes y distintas parejas íntimas, se las sigue calificando de “putas” y se las desprecia conceptualmente como parejas estables.