viernes, agosto 17, 2007
El escolazo
Para quienes no están familiarizados con el tema: Bariloche tiene hace años un Casino, con tres sedes. Una en el centro, lujosa y desde hace un año con nuevas y más modernas instalaciones. Otra en un shopping (el único de la ciudad), lindante casi con los barrios donde habita gente carenciada. Y la tercera en el Cerro Catedral.
El casino no tiene limitaciones de horario y tampoco restricciones. En 2006 se desató una fuerte polémica porque el Juzgado de Familia local detectó que gran parte de los problemas de violencia doméstica que trataba provenían de la afición al juego en el seno de familias de bajos ingresos. De hecho todos saben que la sede B (vamos a denominarla) está a toda hora del día poblada por gente que recibe planes sociales de diversa naturaleza y dejan en las tragamonedas sus magros recursos.
Esa realidad empujó una iniciativa para limitar el horario de apertura. Los empleados del Casino se movilizaron –nadie duda que apañados por la empresa- en defensa de la fuente de trabajo. Y esa presión puso freno a los cambios. En estos días vuelve a discutirse, pero las limitaciones a las que se aspira, son ahora menos ambiciosas,
El Casino fue instalado con la excusa de ofrecer un atractivo adicional a los turistas, pero en la práctica terminaron siendo los propios habitantes de la ciudad los principales visitantes. La empresa deslizó hacerse cargo de la asistencia psicológica a clientes afectados por la ludopatía o limitar el ingreso de ludópatas reconocibles. Algo así como que los quiosqueros se comprometieran a pagar los tratamientos a los fumadores, para que abandonen la adicción.
La esencia del debate es en realidad cuáles deben ser considerados bienes superiores en una sociedad. En este caso, si las plantillas laborales del Casino o la protección de la salud de los ciudadanos y las consecuencias adversas sobre las relaciones, por ejemplo, familiares. La elección parece sencilla. Sin embargo, el empleo de unos pocos (porque no son más que eso), esgrimido como justificación por los intereses económicos de los propietarios del juego en la provincia, limaron la posibilidad de poner límites a la actividad, restaurando el objetivo original de restringirlo exclusivamente a los turistas. Prohibir, está prohibido, aun cuando el propósito sea noble.
En 1863 el príncipe Carlos III de Mónaco, autorizó la creación de lo que es el Casino más emblemático por tradición: Montecarlo. Pero hubo una condición: que no estuviera permitida la entrada a los monegascos. Es sin duda, ésta, una historia antigua.
Mientras se sigue discutiendo qué pasara en Bariloche con la adicción de los pobres, que alientan la utópica ilusión de aumentar sus ingresos frente a una máquina tragamonedas, contentémonos con la estúpida consigna: Jugar puede ser perjudicial para la salud.
Continuará.