En estos días, a una semana de producido el terrible terremoto que afectó a varias ciudades de Perú – un canal de TV de Buenos Aires envió a un periodista a cubrir los eventos. Desde el comienzo de la transmisión se pudo ver que el enviado en cuestión – con responsabilidad de sus editores, claro está- consideraba trascendentes las “peripecias” e incomodidades que debió soportar en su periplo. Así, filmó episodios de su viaje en un avión Hércules que transportaba insumos para los afectados por el sismo y cómo debía descansar sobre fardos de mercaderías. También cómo, en lugar de hospedarse en un hotel debieron armar carpas en el propio espacio abierto del aeropuerto de Lima –había algunos movimientos- hasta que llegara a la mañana. Lo siguió el terrible inconveniente de no poder enjuagarse los dientes tras el cepillado y la cámara mostró hasta el momento previo en que se dirigía a orinar tras un edificio. Por suerte no prosiguió la filmación.
Tras ese tramo lamentable de información, por fin el enviado llegó hasta Pisco, donde no pareciéndole suficiente el aspecto devastado de la ciudad, quiso proporcionarle mayor dramatismo a los hechos. Y como observaba que los damnificados (por cientos) esperaban pacientemente que les entregaran diversos artículos, pasó a la acción. Entrevistó a una joven mujer que calmadamente explicó algunas de sus necesidades. Claramente el periodista espoleaba las respuestas y en un momento, raudo, se dirigió hacia la camioneta que lo transportaba y reapareció con varias botellas de agua. Como era de esperar, la gente se arremolinó en su torno. Magnífica imagen de desesperación que hasta ese momento no se producía espontáneamente.
Es probable que los editores lo hayan felicitado, por ese acto de astucia más impactante acaso para los televidentes, que con seguridad pasó desapercibido para las miradas no avezadas de los no periodistas. Lo habrán quizás observado como un acto de compasión. Pero qué solución podía aportar a cientos de perjudicados con tres o cuatro botellas de agua.
Alguien podrá pensar que ese acto de compasión fue reflejo y el periodista no merece la crítica. Sin embargo no es así.
En el primer caso se trata de una distorsión deliberada del clima imperante en ese momento para producir un efecto determinado. Y en el segundo, el periodista no mostró profesionalidad y no mantuvo distancia con los hechos que, dicho sea de paso, no estaba en condiciones de resolver por sí mismo. Su función era informativa y no le correspondía interferir para convertirse en periodista – socorrista.
Este hecho es una muestra de los desvíos que produce reiteradamente la producción de noticias en la TV (hay que reconocer que no en todos los casos), que no se ata a ningún código de ética profesional en su intento de impactar a la audiencia.
Lo más lamentable es que estas prácticas van erosionando la credibilidad de la profesión y la sociedad las extrapola a todos los ámbitos de la producción de noticias.