El peligro es caer en el sentimentalismo. Pero de qué otra manera podría ser recordado Yomo. El personaje debe haber atravesado tres generaciones, con su renguera a cuestas. A veces desaparecía por un tiempo y casi no se notaba su ausencia. Una vez esa falta pareció demasiado prolongada, pero no había dónde o a quién preguntarle. Después se supo que había muerto o por lo menos así corrió la voz.
Yomo atravesaba todos los días la cuadra de mi infancia. Invariablemente saludaba a todos los chicos del barrio. Los adultos no le prestaban atención. Trabajaba de alguna cosa indefinida, changas, nunca lo supimos, tampoco dónde vivía. Aparecía de la nada y se desvanecía al doblar la esquina de la calle Bolivia...hasta el día siguiente.
Mi viejo lo conocía desde su juventud, tenían más o menos la misma edad, pero Yomo lucía mucho más viejo, tal vez desgastado por una mala vida de pobreza y abandono. También de soledad.
A veces los más grandes de la cuadra, los adolescentes, detenían su marcha y lo convocaban para un ritual extravagante: ¡Yomo...cantate algo!. A Yomo le brillaban los ojos y ahí nomás largaba su imitación de Gardel. El tango comenzaba a extinguirse como música popular, pero la mayoría de nosotros estaba familiarizado con la voz de “el mudo”. Yomo no lo hacía bien. El atractivo estaba en la introducción. Invariablemente parodiaba el sonido de las cuerdas que acompañaban a Gardel, las guitarras afinadas en un tono bajo característico. “Mano a mano” era su preferida. Tras la breva actuación se iba, andando el ignoto camino de siempre. Había tenido un momento fugaz de alegría.
Hoy no sería posible para Yomo arrastrar su pierna mala por una cuadra llena de chicos. Su discapacidad mental lo haría blanco fácil del escarnio.
Eso suponiendo que pudiera haber una cuadra llena de chicos jugando.
Bariloche
3 de abril de 2006