La reciente aparición de “El alba, el crepúsculo o la noche”, un libro de la dramaturga Yasmina Reza, que propone un sorprendente retrato psicológico del presidente francés, Nicolas Sarkozy (según afirman las noticias), me ha llevado a pensar en el pobre conocimiento que tenemos los argentinos de nuestro propio primer mandatario. Lo que debe ser mirado con asombro.
Mr.K ha logrado mantener a rajatabla un bajo perfil acerca de sus gustos y costumbres, manías, virtudes, en fin, todas las características que definen al individuo.
En el caso de Sarkozy se dice que Reza no le perdió pisada a lo largo de todo un año de la campaña presidencial, tiempo en el cual nutrió sus observaciones. Una posibilidad difícil de suponer en el caso de Kirchner, no porque la tarea sea improbable desde el punto de vista fáctico, sino mejor porque dudosamente K. se prestaría a abrir su intimidad cotidiana a un extraño. No consta, pero su indudable tono autoritario supone una imposibilidad.
De Carlos Menem se llegó a conocer hasta los nombres de algunas supuestas amantes y algunas de sus predilecciones fueron ostensibles. No se le ocurrió a nadie al parecer, pero coloco una ficha a que de haber surgido la oportunidad, hubiera permitido escudriñar en sus asuntos más íntimos.
Lo único que permite atisbar en la trastienda del presidente son sus decisiones, su forma de comunicarse a través de los discursos y alguna que otra característica de su lenguaje gestual.
¿Es cariñoso o distante? ¿Come algo más que cordero patagónico? ¿Se contraría con facilidad? ¿Es alegre o circunspecto? ¿Es igualmente autoritario, por ejemplo con sus hijos, tal como se lo conoce en la arena política?
De la misma forma que se categoriza a cualquier hijo de vecino, intentémoslo aquí.
Para empezar hay que decir que Kirchner traduce de manera inequívoca que no es un individuo de hábitos sofisticados. Esto lo aleja del buen vestir –como es fácilmente apreciable-, del gusto refinado en comidas y bebidas y los placeres mundanos en general. La imagen más cercana que pugna por corporizarse es la del individuo capaz de descargar un chorro de soda sobre un Felipe Ruttini. Su forma peculiar de hablar, a borbotones, que a menudo le generan equívocos en la pronunciación de las palabras, revelarían que sus hábitos de conducta en la mesa no son precisamente de los que aprobaría la simpática Eugenia Chicoff.
Pero ¿cómo se dirige a los demás? Si nos atenemos a lo que revelan los discursos, podemos suponer que su trato con el resto de las personas es despectivo y desconsiderado, solamente tolerable entre pares. Podrá decirse que es una pose política, pero si bien se piensa, resulta muy difícil sostener de manera permanente esas actitudes si no se cuenta con un talante que lo respalde. Si no fuera así, en algún momento asomaría el individuo tolerante, proclive al diálogo.
Se sabe del presidente que hasta que asumió nunca había viajado al exterior. No por falta de recursos, seguramente. Los viajes actuales que realiza –numerosos- son breves y por razones de orden institucional. No de placer. De manera que Kirchner nunca se lo ha permitido. Dejando de lado las experiencias enriquecedoras que se ha perdido, los viajes implican riesgos personales que tal vez resultan inaceptables para su perfil psicológico. El viajero está por su cuenta, en lugares extraños que lo intimidan o pueden hacerlo, en un proceso de permanente adaptación. Esta condición le impide a mucha gente ir más allá de lo conocido, algunos pocos sitios que frecuenta una y otra vez.
Esa restricción a salir del país le debe haber generado confrontaciones maritales. Porque a Cristina sí evidentemente le gusta, aunque disfruta sus travesías al mejor estilo del “déme dos” de los setenta. Nada de museos, monumentos, iglesias, cultura –en fin-, sino puro “shopping”.
Está claro que Kirchner no es un individuo mundano, lo que puede deberse a su origen provinciano del sur, donde domina el aislamiento. Incluso se ha construido una casa de descanso en El Calafate, un sitio probablemente inigualable para estar algunos días…Pero incansablemente ir una y otra vez?. Y hasta que la situación política se le expresó de manera adversa en Santa Cruz, solía alternar sus días de descanso en el culis mundis.
Por algunas actitudes oficiales que ha tenido es evidente que a Kirchner no le importa la descortesía, una condición tan mala en la vida pública como en la privada. De esa forma puede suponerse que en reuniones familiares o con amigos disparará barbaridades a boca de jarro. Esto suele ser confundido con la frontalidad. Y ante la duda sobre su conducta dirá…”yo soy así y al que no le guste…”.
Sus problemas de salud revelan, por otra parte, a un personaje tenso, irascible, impulsivo, pero al que la explosión no le alcanza para evitar las somatizaciones. Probablemente haya padecido una fuerte desvalorización en su infancia y juventud –no es necesario explayarse sobre la obviedad de que debe haber sido blanco de las cargadas-, lo que ha derivado en su rechazo a la crítica. Porque lo que peor tolera el presidente es, en efecto, que le opongan resistencia a sus opiniones o decisiones. Como buen neurótico, entonces, también rehuye los ámbitos donde pueden producirse situaciones de esa naturaleza. No da conferencias de prensa y tampoco lleva a cabo reuniones con sus ministros. Esa distancia lo exime de confrontar.
Pero lo peor que nos pasa con el presidente no es el desconocimiento acerca de cómo será en su vida personal, sino la completa ignorancia acerca de cuál es su visión sobre el universo de problemáticas que afectan a las sociedades. Su postura es la de un administrador de recursos económicos, de gestor de factores de poder aplicando premios y castigos, pero nos ha mantenido al margen de sus pensamientos esenciales, si es que los tiene.